Dr. Leonardo Polo

Conferencia a Profesores de la Universidad de Piura

Agosto de 1993

Los precedentes de la Universidad se encuentran en las escuelas de pensamiento de la Grecia clásica. Las dos más importantes, aparte de los círculos pitagóricos, son la Academia de Platón, fundada a principios del siglo V A.C. y el Liceo de Aristóteles. En ellas la búsqueda de la verdad es una actividad que se justifica por sí misma. De manera que aun prescindiendo de su influencia social, dedicarse al saber concentra el esfuerzo de un grupo muy selecto.

A partir de estos precedentes, surge la ciencia occidental. La interpretación moderna del conocimiento añade una nueva característica, que es la siguiente: el saber cultivado en centros especiales se ha de poner en relación con la marcha de la historia y, consiguientemente, con la organización de la vida social.

Podría decirse que la Edad Moderna surge de la influencia del saber en el transcurso de la Historia. En el mismo momento en que esto se produce, es decir cuando el saber es uno de los ingredientes de la Historia, se puede abordar un futuro que de entrada es incognosible. Sólo si el saber es uno de los factores de la dinámica social, se puede prever lo que puede ocurrir, pues el futuro acontecerá de acuerdo con ese saber incorporado. Si se racionaliza la marcha de la historia, el futuro es previsible.

Justamente así aparece la idea de progreso. No se trata sólo del cultivo del saber por sí mismo, sino también de encontrar en él una aplicación de tal naturaleza que al impregnar la marcha de la historia la haga accesible al cálculo. La historia ya no es un conjunto de eventos más o menos contingentes, como se pensaba antes y como se sigue pensando fuera de Occidente, sino que puede ser racionalmente conducida por el hombre.

La primera parte de la Época Moderna, que suele llamarse la Ilustración, ya se caracteriza, por esa influencia de la Universidad con la política y con la dinámica de los procesos endógenos de la sociedad. En la primera fase de dicha simbiosis, lo que parece aprovechable de la ciencia es su utilización por las actividades técnicas humanas. Por esta razón se fomenta el progreso de las ciencias de la naturaleza. A partir de ellas resulta enormemente agigantado el desarrollo económico. De manera que el despegue económico de los países occidentales es la primera fase de la simbiosis del saber y de la dinámica social.

Sin embargo, esa simbiosis es parcial. No todo el saber que se cultiva en la Universidad es tecnología o ciencia. Existe otro gran conjunto de temas que se denomina de distintas maneras. A veces se le llama humanidades, y otras, ciencias del espíritu, aunque esta denominación, de origen alemán, es un poco posterior.

De manera que no basta con las ciencias de la naturaleza; es menester también conocer el espíritu. Hablar del espíritu es tratar de Dios y también de aquello que en el hombre no es pura naturaleza material. Sin embargo, el método de la cosmología y de las humanidades no es el mismo, y la institución universitaria se escinde. Una parte de los saberes es aprovechable en el mercado social, por así decirlo. El otro, con ciertas vacilaciones, se constituye como el bastión de una serie de valores que aunque carecerían de utilidad práctica, sin embargo son necesarios para otro asunto que sigue siendo importante, a saber, la formación de los seres humanos; como dirían los representantes del romanticismo alemán es la Bildung, presente en Kant, en Goethe, etc.

De todas maneras, insisto, con esto se rompe la estructura unitaria de la Universidad. La Universidad en su origen era una institución en la que todos los saberes tenían que ver entre sí. Es el ideal del árbol del saber o de las ciencias, admitía la jerarquía ordenada de las ciencias. Unas, las fundamentales constituían las raíces; otras eran sustentantes, el tronco, y otras las ramas, es decir, las diversas especializaciones del saber.

El ideal de mantener la unidad del árbol de las ciencias, se va paulatinamente rompiendo y, paralelamente la Universidad también va perdiendo su carácter unitario. La situación en la que nos encontramos, la que hemos heredado, es justamente ésta: la Universidad se ha transformado en una pluriversidad.

La Universidad ha perdido su unidad, precisamente porque el rendimiento social de los saberes universitarios es parcial. Sólo es aprovechable una parte de ellos, la otra no. Construir la cultura, hacer al hombre justo, no se considera rentable, ni tampoco como un impulso efectivo para el progreso.

Por eso el progreso es unilateral también. Podemos sentar esta tesis: la unilateralidad del progreso se corresponde con la desaparición de la unidad de la Universidad, con el ideal del árbol de las ciencias. Es el divorcio de las ciencias del espíritu, de la filosofía, de la literatura, etc. y las ciencias de la naturaleza.

Si estos breves parámetros de referencia se tienen en cuenta, ¿cuál es la misión de la Universidad? A mi modo de ver, la misión de la Universidad consiste en recuperar su unidad, es decir en volver a ser, Universidad, cosa, insisto, que progresivamente ha dejado de ser. Pero si no renunciamos a que el saber conduzca a la vida social, hace falta abrir la vida social a las ciencias superiores. De esta manera la sociedad no estará dominada por motivaciones excesivamente materialistas.

No se trata de una mera declaración de buenos deseos, utópica. Se puede demostrar que la dinámica social guiada tan sólo por las ciencias de la naturaleza o por la tecnología se encuentran con problemas insolubles. De manera que para que la Universidad cumpla con su función directora; para que la Universidad cumpla su misión con respecto de la sociedad futura, es preciso que las humanidades muestren su rendimiento social. Estimo que ése es el reto ante el que nos encontramos.

Ese requisito sólo puede ser afrontado si se tienen en cuenta una serie de factores; unos que versan sobre la misma vida universitaria y otros, que podrían llamarse críticos, que señalan los déficits de racionalidad social que lleva consigo la falta de aprovechamiento de los saberes humanísticos para el mismo despegue de la sociedad.

De acuerdo con ello, conviene decir lo siguiente: la Universidad moderna ha fracasado en la construcción de un mundo más humano; ha cumplido su función de dirigir la historia encomendándola sólo a las ciencias de la naturaleza. Si las ciencias del espíritu no aparecen también en escena, si no entran en simbiosis, entonces la sociedad se estropea, el progreso se hace unilateral, y terminan en un conjunto de iniciativas que se contradicen entre sí, en una complejidad ingobernable, como se suele decir hoy.

Hay una serie de objetivos, es decir una serie de futuros posibles, por ejemplo, la construcción de un orden internacional justo, el logro de la unidad funcional de la humanidad, que con las ciencias de la naturaleza solas no se pueden alcanzar, sino que requieren las ciencias del espíritu. A ello conviene añadir la investigación de la esencia de la realidad que solemos llamar filosofía.

Si lo hacemos, podremos decir con verdad una frase que hoy se repite mucho, sin entender realmente qué quiere decir: «El futuro ya no es lo que era«. En rigor nos encontramos en una situación tal que si seguimos empeñados en dirigirla con criterios tecnológicos, con una política tecnocrática, acabará en la catástrofe. En cambio, si tenemos en cuenta la creatividad humana, situadas en las dimensiones espirituales de la persona, cabe encarar la situación con ánimo positivo. Los saberes del espíritu o son vividos o no existen. No son valores objetivables, susceptibles de ser guardadas en una biblioteca.

Una ética en libros no es ninguna ética; lo que existe son personas éticas. Por tanto, contamos con más factores reales de aquellos que usamos. Son los factores humanos a los que hemos de poner en forma como ingredientes de la marcha de la Historia. Entonces sí que podemos proponer un futuro que no es el que era, un futuro nuevo.

La misión de la Universidad es recuperar su carácter unitario, de modo que contribuya a sustituir, con palabras de Juan Pablo II el progreso por el desarrollo, es decir, el crecimiento de todos los hombres y de todo en el hombre. Si seguimos queriendo encausar nuestra vida exclusivamente a través de lo que las ciencias de la naturaleza nos proporcionan, no llegaremos a un futuro que esté en nuestras manos, decidido libremente y que por ello puede ser el futuro que no era, es decir, no el previsible por el determinismo mecánico sino el que se prefigura a través de las posibilidades de crecimiento de la libertad, el que se hace a medida que se va ejerciendo la libertad, pues el futuro se va renovando; no sólo es el futuro que no era, sino el que va cambiando en la misma marcha hacia él. Ese es el futuro de la libertad la humanización práctica de la cultura: esa es la gran misión de la Universidad.

Si recupera su unidad perdida, si deja de ser un pilar agrietado la Universidad será una institución que, junto con aquella en la que el hombre concentra su trabajo, que es la empresa, y aquella otra en la que él se desarrolla, que es la familia, formará una trilogía de instituciones bien trabadas y centrales para un nuevo ideal social no utópico sino actuante.

La tecnocracia es un modo burocrático de entender la vida, tanto la vida política como la empresarial, y el propio curriculum del individuo. El gobierno tecnocrático conduce a la ruina. Basta recordar el máximo intento de plasmar tecnocráticamente una sociedad, que ha sido el comunismo soviético.

Tecnología unida a humanismo y humanismo unido a tecnología, es una fórmula válida. Por lo tanto una modificación de la Universidad que la mejora, es asimismo una mejora de la empresa y también una recuperación de la unidad familiar.

Si los ingenieros no integran las humanidades, lo harán muy mal; y si los humanistas no saben de ingeniería, se quedan en las nubes. Hay que conseguir la unidad. Es lo que se llama interdisciplinariedad. Los filósofos y los humanistas en general han de ser capaces de entenderse con los empresarios y con los científicos. Realizar ese lema no es nada fácil. Son muchos los problemas de comprensión mutua; hay también muchos intereses creados, incomprensiones y deserciones: mucha gente está de vuelta, es pesimista y no cree en la razón, precisamente porque ha constatado el fracaso del racionalismo científico.

Pero dicho fracasó era de esperar. ¿Cómo dirigir la marcha de la historia sólo con las ciencias de la naturaleza? Estamos haciendo una sociedad sin saber quienes somos y, por tanto, estamos haciendo una sociedad sin saber para quién. Pretender dirigir la historia con esa ignorancia es un disparate.

Pero, repito, para que la Universidad pueda recuperar su unidad, tiene que romper moldes, es decir, lo primero que tiene que hacer es desburocratizarse ella misma. Es incoherente que una institución que unitariamente que no es tecnocrática esté gobernada según un régimen burocrático.

La Universidad es una comunidad de personas que se dedican al cultivo del saber y a la investigación. La enseñanza debe ser desempeñada por un conjunto de personas que trabajan en incrementar el conocimiento. La Universidad no es sólo unas instalaciones y unos gerentes. La burocratización de la Universidad se nota en el carácter recortado, estático, de las disciplinas y de las facultades y también en que el único objetivo del curso académico sean los exámenes en vez del diálogo. Por otra parte hay que terminar con la idolatría de las titulaciones.

Hay que crear departamentos interdisciplinares; como no es nada fácil, tampoco se puede hacer de la noche a la mañana. No propongo ninguna revolución inmediata, que se acaben las facultades y que vivan los departamentos interdisciplinarios, porque no es fácil encontrar el clima adecuado. Dicho clima no es mas que uno: la relación de formación recíproca de los profesores maduros con los jóvenes.

La Universidad es antes que nada una comunidad de investigación. La preparación, la formación de los jóvenes es la primera ocupación, pero no de los que van a salir, sino de los que se quedan; de los otros sí, pero antes que nada de éstos últimos. Como es claro, la relación de grupos de trabajo en que hay unos que saben un poco más que otros, los cuales pueden aumentar su capacidad, gracias a los primeros, no tiene absolutamente nada que ver con criterios burocráticos. Eso se parece mucho a la Academia de Platón, y a lo que se hacía en la universidad medieval: porque la universidad es eso.

El peso de una Universidad reside en ser un Colegio en el sentido profundo, latino, de la palabra: una reunión de maestros y de discípulos; discípulo es el que va a sustituir al maestro, no es un simple alumno. No es nada fácil. Por eso hace falta enseñar a ser universitario.

Yo aprendí a ser universitario, lo puedo decir, sinceramente, cuando conocí a Don Vicente Rodríguez Casado. Encontrarse con un verdadero universitario en España, allá por los años 40 después de la guerra civil, cuando la recluta de profesores universitarios era difícil, (cuando empezó la guerra civil española había 525 cátedras y cuando terminó sólo estaban ocupadas la mitad) constituía un acontecimiento muy afortunado.

Naturalmente hubo espléndidas excepciones. Una de ellas fue don Vicente Rodríguez Casado. Sólo el que sabe lo que es ser universitario ése hace Universidad. La Universidad no puede contratar a cualquiera sino al que tiene dentro el espíritu universitario, que siente realizada su vida al enseñar y al investigar. Pasen ustedes la mirada por ciertos colegas. ¿Están alegres de enseñar o sólo enseñan para ganarse la vida? La formación de la gente, de sus hábitos intelectuales y morales. Bastantes individuos dedicados a la enseñanza, de esto no saben nada; su actividad es rutinaria, no forman a nadie. La recluta de profesores se hace mal cuando todos son malos, es decir, cuando no hay nadie que enseñe a ser universitario.

Yo me encontré con Don Vicente. No estaba de acuerdo con él en casi nada; yo tenía mis ideas y él las suyas, pero él me enseñó a tomarme en serio la Universidad. Porque la Universidad de La Rábida fue casi un milagro, un invento de Don Vicente. Los cursos que se dan eran un pretexto para dialogar.

En La Rábida lo que se hacía casi todo el día era hablar. Recuerdo las inmensas tertulias en el despacho de Don Vicente, hasta altas horas de la noche; hablando, pero no de temas tontos sino ensayando nuevas formulaciones a las cuestiones. De todos los que pasamos por La Rábida en aquella época, un 25% somos profesores universitarios.

La Rábida ha sido una Universidad de universitarios y el espíritu de Don Vicente sigue vivo: Estar alegres dialogando con gente joven es lo que enseña Don Vicente. Ustedes son testigos. Recuerdan las horas que se pasaba en la cafetería. Don Vicente, con su gran humanidad, era un hombre enérgico, pero en pocas ocasiones, porque los hombres verdaderamente enérgicos sólo lo son cuando hace falta; por lo común son sólo alegres, dialogantes y con gran sentido de la ironía como era él. Las bromas que gastaba Don Vicente en La Rábida: Todavía las recuerdo.

Era un hombre cuya calidad humana no estaba encorsetada por el estudio, porque en él el estudio se hacía vida. Don Vicente era un partidario acérrimo de la Universidad de Piura y ustedes reconocerán que han aprendido a ser universitarios gracias a Don Vicente; yo también.

Como decía Kierkegaard, cuando el espíritu realmente se abre lo hace hacia afuera. Una personalidad así es generosa. Cuando se trata de cosas materiales, lo que es de uno no es del otro. En cambio, el saber es efusivo. Sólo en ese ambiente una Universidad se pone en marcha. Sólo así es posible los intercambios interdisciplinares. Los vacíos entre las facultades se llenan, hay interconexiones; interconexiones que han de inventar las personas.

De manera que al final resulta que la Universidad es una comunidad de personas, no un simple convivir, sino estar todos de acuerdo en un mismo proyecto, en el cual todos ponen su esfuerzo, y así sale adelante. Ser universitario es incrementar el saber. Insisto, si la Universidad tiene que cumplir una función social y tiene que hacerlo, gallardamente, ese aporte tiene que ser interdisciplinario: Ciencias del Espíritu y Ciencias de la naturaleza sin divorcio, sin separación.

El que adquiere el espíritu universitario no lo pierde jamás, no piensa que enseñar es repetir las clases del año pasado o que estudiar es un almacenaje de datos; sino que es algo más vital, es crecer en saber. Desburocratizar la Universidad es fundamental porque en otro caso este clima no sale. Una vez cumplida esta primera condición, después hay otras, pero quizá no sea el momento de decirlas.

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