El objetivo de este libro es sentar con claridad la distinción y compatibilidad de la física matemática con la física filosófica. La consolidación de la física matemática moderna exigió el rechazo de la física filosófica contenida en las obras de Aristóteles. Sin embargo, ya desde los comienzos de nuestro siglo se duda de que el planteamiento moderno del estudio del universo físico pueda ser mantenido como el único, es decir, como enteramente verdadero. Por una parte, el valor de verdad de las conclusiones de ese modo de hacer ciencia ha suscitado cierta perplejidad; por otra, no parece que siguiendo esa línea pueda llegarse a una comprension completa y definitiva del mundo material.

El autor se pregunta por la razón de la pluralización de las teorías físicas y por la razón de la perplejidad mencionada, y la encuentra en la índole exclusivamente intencional y objetiva de sus nociones. Seguidamente defiende la conveniencia de con­tinuar heurísticamente la física filosófica aristotélica reconside­rando sus nociones centrales, a saber, las causas llamadas predicamentales y las relaciones entre ellas (según el Estagirita, las causas lo son ad invicem). Esa continuación comporta abandonar el representacionismo y la dependencia de las nociones respecto del conocimiento sensible.

Para llevar a cabo este ambicioso proyecto, Jorge Mario Posada apela a un método que he llamado abandono del límite mental, el cual estriba justamente en la superación del cono­cimiento meramente intencional u objetivo. La limitación de la física matemática se debería a que no practica dicho método, ya que la matemática es el conocimiento objetivo en sentido más puro. En atención a ello debe sostenerse que el conocimiento objetivo más riguroso de lo físico es el que llevan a cabo los físicos matemáticos, pero que, a la vez, en ese modo de hacer ciencia se hace patente de una señalada manera el alcance limitado del conocimiento intencional.

En cambio, aunque históricamente la física aristotélica tampoco ha dejado de ser objetivista, la investigación de las nociones de causas y de concausalidad ha de proseguirse dejando de entenderlas objetivamente. Esto equivale a proceder de acuerdo con una de las dimensiones del abandono del límite mental. Esta dimensión del abandono del límite, que ya mencioné en El acceso al ser (1964), he vuelto ha estudiarla en el tomo IV de mi Curso de teoría del conocimiento (1995).

Como el límite mental se introduce con la operación inicial de la inteligencia, que es la abstracción, esta investigación se ocupa a continuación de ella y del hábito correspondiente. Dicho hábito permite dos líneas divergentes de operaciones con las que el conocimiento intelectual prosigue: las operacio­nes generalizantes y las que suelo llamar propiamente racio­nales. Son estas últimas las que, al ejercerse sin perder la iluminación del hábito que las posibilita, conocen las causas físicas de un modo no intencional, sino por contraste o pugna. Esa pugna se entabla entre la prioridad real de la operación –manifiesta–, con la prioridad real –explícita– de las causas. De ello tratan los capítulos centrales de este libro.

En el último capítulo, después de mostrar que las nociones matemáticas se obtienen por unificación de los objetos de las dos líneas operativas que siguen a la abstracción, se sugiere cuál puede ser el estatuto gnoseológico de la física matemática, a la vez que, desde esa sugerencia, se esclarece la distinción y compatibilidad entre ella y la física de causas. El libro concluye con algunas consideraciones acerca de la relación de la física con la metafísica, y del papel que juegan los dos modos de encarar la física dentro de un planteamiento más amplio que cabe llamar antropológico sapiencial.

Me es grato prologar este libro principalmente por dos motivos. En primer lugar porque contiene una investigación cuidadosamente conducida sobre temas de gran importancia –muy oportunos además para afrontar cuestiones teóricas sumamente actuales–, y presidida por un propósito filosófico de gran aliento, del que suelen carecer los estudios corrientes sobre esta temática. En segundo lugar, porque la investigación sigue mis propios planteamientos sin reducirse a una mera repetición de lo que yo mismo he expuesto: es llevada a cabo con la libertad intelectual que se logra por una asimilación en la que mi propuesta es integrada, y alimentada con aportaciones que proceden de otro pensador. A mi juicio, ésta es la mejor manera de ser discípulo.

Entre esas aportaciones hay una primera de particular interés para mí: el énfasis que Jorge Mario Posada pone en mostrar la continuidad de mi investigación filosófica con las tesis nucleares de la filosofía de Aristóteles y de Tomás de Aquino.

También estimo que es una aportación del autor su modo de argumentar sobre la compatibilidad entre los dos modos de hacer física teórica. La física de causas es estrictamente con­templativa. Con ella el hombre conoce la esencia física, es decir, el orden del universo material, pero sin intervenir en su despliegue; más aún, sin siquiera poseerlo cognoscitivamente, sino, justo condescendiendo a su plano real: no elevándolo a las nociones intencionales objetivamente poseídas. Éste es el significado sapiencial de la diferencia que he llamado pugna de la operación intelectual con la prioridad de las cuatro causas. Mi propuesta reside en conocer lo físico de tal manera que el hombre no lo presente, es decir, separando lo físico de la capa­cidad objetivante humana. Al contrastar su propia operatividad intelectual con el ocurrir de lo físico, el hombre asiste al modo extraintelectual de dar gloria a Dios propio de la criatura inferior a él.

A su vez, la física matemática sigue la línea de apropiación objetiva de lo físico, requerida para la intervención práctica y técnica del hombre en su entorno material. Esa intervención es inseparable de la esencia del hombre por ser la primera tarea que Dios le encomienda al crearlo. En consecuencia, la física matemática no es sólo teórica, sino que va dirigida a posibilitar la intervención en el universo con exactitud y acierto técnico progresivos. Con otras palabras, si no fuera objetivado, el universo físico no sería aprovechable y mejorable por el hombre.

En suma, no es lo mismo conocer el universo desde su dependencia radical de Dios, que conocerlo en orden a la tarea que Dios confía al hombre. Al contemplar la principialidad causal del universo se descubre su realidad y su dependencia de Dios. Al objetivarlo se torna posible el cumplimiento de la misión humana respecto de él.

En este libro se sostiene que, según el abandono del límite, la física es un saber completamente desinteresado acerca del universo, puesto que en él se renuncia incluso a su pose­sión intelectual. En este sentido, su carácter sapiencial reside en la humildad que entra en juego cuando el hombre reconoce la completa dependencia de lo creado respecto de Dios. El segundo modo de hacer física, el de la física matemática, tam­bién está justificado, puesto que es coherente con la tarea encomendada al hombre por su Creador. Así se encuentra que también la física matemática es integrable en la sabiduría. Con ello la investigación alcanza su propósito más profundo: mostrar que los dos modos distintos de hacer física son compatibles.

También he de indicar mi acuerdo con la anterior aporta­ción del autor en cuanto que con ella se sienta un puente entre mi meditación sobre la antropología y mi manera de enfocar la realidad causal física. Por ello, para terminar la presentación de este libro, debo dejar constancia de mi gratitud a Jorge Mario Posada por haber contribuido a hacer más nítida la intención teológica a que obedecen mis estudios, la cual a veces queda apenas insinuada. Filosofar es tarea de muchos. Su instancia unificante se encuentra en el Absoluto.

 

Leonardo Polo

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