IGNACIO FALGUERAS SALINAS, JUAN A. GARCÍA GONZÁLEZ, JUAN JOSÉ PADIAL BENTICUAGA (Coordinadores)
COMENTARIO A
DE
LEONARDO POLO
INSTITUTO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS
LEONARDO POLO
MÁLAGA
COMENTARIO A LA
ADVERTENCIA PRELIMINAR
Excursus sobre el lema de la obra
POR
IGNACIO FALGUERAS SALINAS
Índice:
1. Tema y enfoque de la obra
2. Problemas y aclaraciones
3. Plan de la obra
4. Índice de nombres y materias
1. Tema y enfoque de la obra
Este libro trata del método, no porque presuponga que existe un solo método, sino porque, sean los que fueren, lo que aquí se va a considerar es la metodicidad del conocer humano. Sin embargo, los métodos no pueden ser considerados por separado de los temas, del mismo modo que los caminos no pueden ser separados de sus metas o puntos de llegada sin que dejen de ser caminos: los caminos lo son respecto de sus términos, y los métodos lo son respecto de sus temas. Polo (LP) elige el tema del ser para iniciar el tratamiento del método, pero no porque el ser sea el único tema, sino porque es el primero o fundamental.
Por lo tanto, el libro versa sobre el ser, es decir, sobre el tema central de la metafísica, entendiendo por metafísica, en línea con la tradición clásica antiguo-medieval , el saber que se ocupa de los principios últimos de la realidad. Sin embargo, la atención de esta obra no recae directamente sobre los primeros principios ni sobre los temas metafísicos tradicionales, sino sobre el método de la metafísica, sobre el acceso al ser. En sí misma la cuestión del método no pertenece a la metafísica, pues este saber centra su atención en la realidad extramental, no en el conocimiento. Se trata, pues, de un planteamiento inusual en la tradición y que parece más propio de los pensadores modernos, quienes suelen acudir a la cuestión del método para criticar a la metafísica, bien negando su posibilidad, o bien restringiendo su alcance cognoscitivo. Por eso, el problema del método suele encontrar recios objetores entre los metafísicos tradicionales que piensan que el ser se conoce o bien de modo directo o bien en la forma de una peculiar intuición, pues lo primeramente real, en cuanto que primero, sólo puede ser conocido per se y no per aliud. Como primera caución, esta Advertencia preliminar antepone a su comienzo un texto sorprendente de Tomás de Aquino (In XII Metaph. L, III, 1, 1) en el que se afirma que es propio del saber empezar planteando dudas, y que si las ciencias plantean dudas acerca de la verdad de sus temas particulares, a la filosofía primera le incumbe plantear la duda universal acerca de la verdad. Esta cita señala cómo, según tan autorizado maestro, incluso la metafísica ha de hacerse cargo del problema del conocimiento del ser, el tema más universal, y, por cierto, de modo previo a su investigación [*]. Aunque es tarea de esta obra justificar y matizar el sentido en que es preciso plantearse la cuestión del método de la metafísica, de manera que la respuesta ajustada a la anterior objeción no puede ser avanzada en estos exordios, eso no obstante, cabe, y es propio de ellos avanzar una idea de lo que se va a proponer.
Este libro propone un método para el conocimiento de las ultimidades reales que puede ser descrito como el abandono del límite mental, y consiste en llevar el pensamiento hasta (1) su límite, para (2) detectar el límite en condiciones de (3) abandonarlo. Por límite (1) se entiende aquí un ocultamiento, o falta de conocimiento, que el pensar o conocimiento objetivo lleva consigo, y que pasa inadvertido al propio pensamiento. Cuando se piensa un objeto, en la medida en que se lo destaca y queda en primer plano, se producen dos ocultamientos: en primer lugar, del mismo modo que el destacar lleva aparejado un difuminar o ensombrecer el fondo sobre el que se destaca, el conocimiento objetivo se obtiene a costa del ocultamiento de las ultimidades reales, pero, además, y en segundo lugar, como lo destacado ocupa todo el escenario de la atención, oculta también el propio destacar, de manera que el mencionado ocultamiento pasa desapercibido. El límite es, por tanto, límite mental, pero no en el sentido de que impida pensar o conocer, sino en el de que, al pensar y conocer objetivamente, no se notan las omisiones cognoscitivas en que se incurre, pues quedan encubiertas por el logro obtenido: el objeto. El límite puede ser descrito, según esto, como el ocultamiento que se oculta. Por detección (2) se entiende un contacto o captación teóricos de algo que en principio no se nota o se oculta. Como el límite es algo que no se nota en el pensamiento, detectarlo es captarlo teóricamente (y esto se consigue desde un nivel superior de conocimiento), pero no para negarlo ni para soslayarlo, sino para abandonarlo. El límite se detecta como detención del saber en lo pensado. Abandonar (3) el límite es convertirlo en método, en camino. Nótese que caminar es abandonar la fijación a un sitio o lugar, pero de tal manera que en la relación con el lugar éste se convierta de punto de fijación en lugar de tránsito. Abandonar el límite es convertir el límite como término, o falta de prosecución, en camino abierto. Sólo si se entiende como camino, cabe tematizar cognoscitivamente el límite que, de otra manera, se reduciría a mero estancamiento del saber en lo sabido. Por tanto, sólo el abandono convierte la detención (o límite negativo) en detección y apertura (positivos) del límite.
Precisamente cuando el límite se convierte en método y se pone al servicio de la investigación se hace susceptible de consideración metafísica y puede ser incorporado en el avance de la metafísica como saber. El método, o los métodos, no son temas de la metafísica, salvo que –como es el caso– haya precisamente un límite cognoscitivo que retenga la prosecución de la metafísica como saber real. Si no existiera el límite mental, la metafísica podría desarrollarse como saber sin problemas, como saber puramente inventivo, como una ciencia descubridora dependiente tan sólo del talento natural de cada hombre. Pero la existencia del límite mental impide que la metafísica sea una mera disposición natural (Naturanlage), habiendo de desarrollarse como una investigación problemática, que no depende del mero talento, sino también, y sobre todo, del método. Ni la metafísica puede ser simplemente el saber que se explicita en último lugar, de tal manera que con él se extinga el conocimiento, ni la metafísica puede ser una tendencia natural a conocer lo real fatalmente impedida de consumarse (Kant), pero que cupiera establecer como lo último que podríamos haber conocido. La metafísica ha de ser el conocimiento de lo últimamente real en cuanto que real, no el conocimiento último en cuanto que no cognoscitivamente proseguible.
El límite mental marca una diferencia entre método y tema que no es la mera distinción –real en las criaturas– entre cognoscente y conocido, sino una detención del saber acerca de lo real, tal que, sin dejar de ser conocimiento, demora y obscurece la intelección de lo real como real: al detener el conocimiento en lo pensado, el límite consolida lo obtenido, le da consistencia ideal, una consistencia que nace de la limitación mental, no de la realidad conocida, y que paraliza el conocimiento real de lo real, anclándolo en el objeto. Mientras no se abandone, el límite mental interfiere, pues, en el conocimiento de lo real y especialmente en el conocimiento de las ultimidades reales –deteniéndolo o confiriéndole consistencia, tal como se ha dicho–, y en ese sentido introduce una diferencia entre el método y el tema como desajuste noético o falta de conocimiento de la realidad como realidad.
Por eso quienes no se plantean la cuestión del método o bien no se dan cuenta de la falta de conocimiento que introduce el límite, o bien han de dar por buena cierta ignorancia acerca de lo real, sin que intenten reducir la diferencia cognoscitiva entre método y tema. En la primera omisión se incurre porque se estima que la noción de ser es intuitiva, o sea, se obtiene sin mediación alguna: ser y pensar coinciden objetivamente. En la segunda se incurre porque se estima que el conocimiento del ser es directo, es decir, obtenido sin mediación lógica, sino por simple abstracción directa, que es lo que recoge el realismo tradicional en su doctrina de la intencionalidad. En ambos casos se introduce en el ser la consistencia del término objetivo, por lo que el ser así entendido detiene el saber real, sólo que en el pretendido intuicionismo del ser, aunque se sufre el recorte cognoscitivo, la patencia de la objetivación ni tan siquiera deja percibir el déficit de conocimiento que acarrea, mientras que en la doctrina metafísica de la intencionalidad se admite una cierta separación del conocimiento respecto del ser, se interpreta precisivamente el conocimiento, y para asemejarlo al ser, se separa la lógica de la metafísica, pero atribuyendo lo lógico a lo metafísico, esto es: se sostiene un conocimiento directo del ser, pero sólo intencional, y, por tanto, reconocidamente deficitario, al prescindir el conocimiento –según esa doctrina– de la singularidad (material) de lo real.
Con el abandono del límite, en cambio, se considera la precisividad del pensamiento, pero no se interpreta precisivamente el pensamiento. Considerar la precisividad del pensamiento no es interpretarlo, sino detectar su limitación, que, al ser desocultada en condiciones de abandonarla, no deja al pensamiento al margen de lo real. Por el contrario, la interpretación precisiva del pensamiento lo convierte en irreal, es decir, lo separa negativamente del ser, y por ello es reflexiva (o lógica), versando sobre el pensamiento mediante el propio pensamiento. Lejos de eso, el abandono del límite no versa sobre el pensamiento, sino sobre su límite (o precisividad cognoscitiva), y no se sirve del pensamiento, sino que toma su impulso de dimensiones más altas de la vida intelectual.
La modernidad, por su parte, sí ha intentado reducir la diferencia cognoscitiva entre método y tema, pero sacrificando el tema al método, bien porque se estima que el método antecede y determina al tema, bien porque, aun considerándolos simultáneos, se piensan los temas como ciertos grados de intensidad del método. Más en concreto, en vez de reducir la diferencia cognoscitiva entre tema y método, los modernos la han confundido con la diferencia real cognoscente-conocido y han intentado zanjar todo el problema reduciendo la diferencia entre cognoscente y conocido a favor del cognoscente. Es el método de conocimiento, según ellos, lo que determina o configura esencialmente los temas reales. Como el límite está del lado del método, el genetismo o constructivismo derivado de ese planteamiento lleva en su seno una insuperable limitación cognoscitiva, que, si bien se espera quedará eliminada cuando se totalice la tematización, en verdad da al traste con el conocimiento de lo real y lo substituye por la ilusión de homogeneizar metódicamente los temas.
Por todo lo anterior, no se puede ni ignorar ni instituir -–con los clásicos– la diferencia cognoscitiva entre pensamiento y realidad introducida por la presencia mental o límite, sino que, si se quiere ser realista hasta el final, es preciso desvanecerla, por lo que conviene, entonces, volver a plantearse con los modernos la cuestión del método, pero desde luego no haciéndolo como ellos. Ha de reducirse la diferencia cognoscitiva, mas no en sentido idealista, reduciendo la realidad al pensamiento, sino en sentido realista, cargando la limitación al pensamiento, y avanzando desde el abandono de ésta hacia la realidad extramental última, la cual, en congruencia con ello, deberá estar exenta de todo cese o limitación: así se abrirá la intelección del ser como persistencia, la cual elimina toda consistencia en el saber real, pues lo entiende como finalidad pura, o sea, como el fin que ni acaba nada ni acaba él.
2. Problemas y aclaraciones
El método que se propone, al tener como meta abandonar la consistencia ideal que paraliza el saber acerca de lo real, se encuentra con el problema de cómo realizar una noción, esto es, de cómo entender lo real sin la interferencia del límite mental, de cómo desplegar su sentido de manera congruente con lo real sin detenciones ni consistencias, sin dar nada por supuesto ni anular su originalidad real en la reiteración (reflexiva) de lo antecedente. ¿Cómo realizar, por ejemplo, una noción de ser que no lo suponga, sino que lo capte originalmente y no reduzca ni añada nada a la realidad que le corresponde? Ése es el problema para el que se propone un método. Realizar una noción será encontrar aquella congruencia entre método y tema que los reúna, de manera que, sin necesidad de negarla ni dividirla, la unidad de ambos la refuerce. El refuerzo de las nociones tiene su ápice en el abandono del límite, y lleva consigo una recarga de sentido en los términos del lenguaje corriente, tal que modifica sus acepciones usuales. Sirva de ejemplo la propia expresión «realizar una noción». No quiere decir «producir una noción previamente pensada», sino captar la realidad temática en condiciones de entenderla metódicamente como real, sin que queden mermadas ni la intelección ni la realidad, sino ambas reforzadas en congruencia mutua.
En especial, y puesto que el abandono del límite importa un ejercicio crítico contra la reflexión lógica –en cuanto que ésta es una vuelta sobre lo mismo para acabar de verlo–, es necesario emplear con valor técnico algunos adverbios y preposiciones (aún-no, además, ya, según, antes, después, siempre, nunca) con los que se procura impedir que la atención precipite en lo mismo, y señalar la novedad entendida por encima del uso ordinario del lenguaje, que tiende a enrocarse en la constitución del constructo lingüístico. Ni siquiera la presencia mental puede entenderse, en cuanto que dimensión cognoscitiva, como cristalizada en mismidad, sino que ha de ser entendida como articulación del tiempo, en lo cual radica su congruencia: no recae sobre sí, sino sobre el antes-después temporal.
Si se tiene en cuenta que las nociones son muchas, puede comprenderse que no exista una solución única para realizar nociones, sino que la solución haya de graduarse según la interna medida de cada noción, o sea, según la congruencia del método con el tema. Y si se ha comprendido bien que las nociones realizadas no son reflexivas, es decir, no recaen sobre sí, entonces se comprenderá también que eso que he llamado reforzamiento o congruencia traiga consigo, a su vez, que las nociones, que no son mismas ni reflexivas, hayan de relacionarse entre ellas por razón de su congruencia real. De todo ello resulta que es imposible definir de una vez y por separado los términos que aparecen en el texto, cuyo sentido es cambiante. Sirva esta vez de ejemplo la múltiple caracterización de la presencia mental que esta Advertencia preliminar recoge en dieciocho descriptores, ordenados en tres columnas de seis, como se recoge a continuación. La primera columna caracteriza la presencia mental como dimensión del conocimiento, la segunda reúne los descriptores de la presencia mental detectada como límite, y la tercera los que la describen desde su abandono.
Independencia anterioridad sustitución
diferencia pura mismidad suposición
articulación temporal unicidad algo
lo vasto exención dato
especie expresa constancia haber
constitución supletiva ya consistencia
Pues bien, la significación de esos dieciocho términos no puede ser establecida ni de antemano ni con independencia unas de otras, ni tan siquiera con independencia de la exposición misma. La dificultad del procedimiento salta a la vista, pero no se debe a un capricho del autor, sino –como se ha ido sugiriendo– a una congruencia interna del método con el tema. La realidad no siempre es simple, y en el caso de la presencia mental, reviste una especial complejidad, que no debe ser eliminada, si buscamos el conocimiento real.
Todas estas dificultades que presenta el texto para su lectura no son meras dificultades de lenguaje, ni son coyunturales ni tampoco arbitrarias, porque lo característico del método que se propone es que ninguno de sus tres pasos (llevar el pensamiento hasta su límite, detectar en él el límite como tal, y abandonarlo o tematizarlo filosóficamente), puede darse por separado de los otros. No se puede llevar el pensamiento al límite, si no se sabe o detecta cuál es el límite, y no se sabe (o detecta) si no se abandona, pero no se puede abandonar si no se lleva el pensamiento hasta el límite. No se pueden, pues, separar los momentos de este método, porque ninguno de ellos es consistente o terminal, sino que todos son solidarios entre sí.
En consecuencia, es el propio modo o método de entender que se propone lo que da lugar a un grave problema para su exposición y comunicación a otros, puesto que toda exposición requiere cierta anticipación, así como una correlativa posposición entre sus momentos. Pero si los momentos están interconectados inseparablemente entre sí, ¿por dónde empezar? Y, ¿cómo llevarla adelante, si todo ha de ser tenido en cuenta desde el principio? La solución que se adopta ante este difícil problema es la de su graduación: proceder no por separación o análisis, sino por concentración gradual de la atención. No cabe proceder por partes, sino por grados, la mutua implicación holística ha de ser tenida en cuenta en todo momento, pero cabe dosificar la intensidad de la atención. La exposición del detalle de dicho modo de proceder corresponde, en este comentario, al apartado último, que explica el plan de la obra. Es un error, muy típico de quienes no han captado la dificultad del problema que se trata de afrontar, pensar que LP no sabe escribir con claridad lo que piensa. Más bien cabe decir que la dificultad de su texto es el mejor modo de iniciar en la novedad de su difícil (para los malos hábitos ordinarios) modo de pensar.
3.- El plan de la obra
Para proceder a exponer gradualmente lo inextricable del método que se propone, se empieza por atender a una primera y confusa aparición del límite mental que está teñida de tonalidad afectiva: la perplejidad. La perplejidad es una manifestación del límite mental en condiciones extremadamente difíciles para el conocimiento, tan difíciles que lo característico de ella es su carácter de insuperable. Como vivencia, ella permite, sin embargo, una primera detección, aunque muy imperfecta, del límite mental, pues precisamente por ser insuperables las dificultades que encuentra el conocimiento humano en su caso, en ella se hace patente la existencia de un límite del conocimiento, pero la detección (negativo-afectiva) del límite que permite es insuficiente, o lo que es igual, no se hace en condiciones de poder abandonarlo o utilizarlo como método. Y como la perplejidad es, además, un problema frente al que, por su gravedad, han tomado postura todos los sistemas filosóficos, su estudio tiene la ventaja de permitir conocer y valorar los modos históricos en que la filosofía ha procedido ante esa peculiar y primitiva detección del límite mental, los cuales pueden condensarse en tres: el del racionalismo, el aristotélico-tomista y el de Heidegger, cada uno de los cuales es sometido a examen en este capítulo. Por todas estas razones de oportunidad se elige como punto de partida la consideración de la perplejidad.
El estudio de la perplejidad permitirá, asimismo, averiguar que, despojada de su lastre afectivo, ella debe ser reducida a la presencia mental como límite interno al pensamiento, límite que no se presenta como un impedimento para conocer, sino que se oculta en lo objetivado. A este fin, y con antecedencia a la detección y abandono del límite mental propiamente dichos, todavía en el estudio de la perplejidad y con motivo de la consideración de la reacción racionalista, se intercala una averiguación acerca de las dimensiones del conocimiento, en la que va apareciendo cuál es el sentido de la presencia mental, cómo se distingue y unifica con otras operaciones mentales y cómo, en definitiva, la presencia mental equivale exactamente al límite mismo.
El mencionado esbozo de teoría del conocimiento, aparte de la referida utilidad para reducir la perplejidad a presencia mental o suposición, es útil para justificar el conocimiento intencional del ser como el más alto modo posible de conocimiento antes del abandono del límite, y prepara la exposición propiamente dicha del abandono del límite a desarrollar en el capítulo tercero. Por último, en ella se contienen los primeros materiales para una intelección de la noción de la trascendentalidad ampliable a la antropología.
En resumen, el primer capítulo se ordena a proporcionar un primer contacto con el límite mental a través de la perplejidad, una reducción de la perplejidad a la presencia mental o suposición, y una caracterización de la presencia mental entre los modos de saber, todo ello con anterioridad a su abandono.
En un segundo paso, que corresponde al capítulo segundo, se concentra la atención sobre la presencia mental para dejar claro que abandonar el límite no significa negarlo o suprimirlo. En el apartado del capítulo primero que está dedicado a la reducción de la perplejidad a la suposición ya se reconduce la negación a la reflexión lógica, pero en este capítulo se trata de someter a examen el mayor esfuerzo hecho por reducir la realidad a la presencia mental mediante el ejercicio de una reflexión llevada al límite: la filosofía de Hegel. Hegel encarga a la reflexión absoluta la tarea de presentizarlo todo, incluida la presencia misma. Aparte de la conveniencia histórica de estudiar a Hegel, pensador sometido a críticas a veces injustas –por lo general debidas a la falta de comprensión de su pensamiento–, así como de mostrar la imposibilidad de identificar la metafísica con la lógica, la oportunidad de dicho estudio para la exposición del método de pensamiento propuesto estriba en que lleva el pensamiento a un límite que no es directamente el de la perplejidad, sino el del intento de eliminar de raíz la perplejidad mediante la reflexión. La perplejidad es una experiencia original y primera, en cambio el ejercicio al límite de la reflexión ha de ser consecutivo o segundo, pero tiene como telos obtener la presencia mental absoluta que expelería toda perplejidad del conocimiento.
El sentido del capítulo segundo es, pues, llevar el pensamiento reflexivo al límite y detectar el límite en una situación extrema con la mirada puesta en su abandono. El recurso al pensamiento de Hegel está justificado porque en él se lleva a madurez el intento de eliminar la limitación del pensamiento –cosa que no se había intentado nunca con tanta intensidad–, buscando cumplir la tarea (reflexiva) de presentar la presencia, es decir, de alcanzar la eternidad pensante o identidad pura por el procedimiento de animar el punto de partida (inerte o supuesto) integrándolo en el movimiento del propio pensar. La imposibilidad de semejante proyecto, que se hace patente en la medida en que la expresión A es A no lo es de la identidad viva, sino que supone a A, encierra la mejor oportunidad de descubrir lo más característico de la presencia mental.
El capítulo tercero, una vez excluida la pretendida posibilidad de constituir la metafísica como lógica (reflexiva), saca a la luz la precedencia de la presencia mental a toda reflexión y, por tanto, su carácter manifiestamente irreflexivo. Precisamente en la irrelación consigo misma de la presencia mental se detecta en directo el límite en condiciones de abandonarlo. La presencia mental no es presencia de sí, sino haber objeto. Por fin se expone en toda su intensidad la detección y el abandono del límite. Sin embargo, para desarrollar este hallazgo es preciso entrar en confrontación con algunos puntos de la filosofía aristotélica, pues es el pensamiento de Aristóteles el que mayor afinidad tiene con la noción del ser a que se accede desde el abandono del límite, y precisamente por eso también el que con más cuidado se ha de deslindar de lo que aquí se propone.
Las páginas finales de este capítulo concluyen el libro con la delimitación de la tarea que histórico-filosóficamente le incumbe y con el despliegue de las cuestiones que se abren desde el abandono del límite, que afectan al ser y a la esencia del mundo, así como al ser y a la esencia del hombre, y cuyo desarrollo se reserva a otras obras.
Ignacio Falgueras Salinas