Leonardo Polo 27.VIII.1991
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El optimismo es un asunto muy importante en la vida. Que hay que ser optimista, que duda cabe. La persona pesimista lo pasa muy mal y, en la medida de lo posible, se trata de pasarlo bien. El pesimista se lo hace pasar mal a los demás, por lo tanto no tiene sentido de solidaridad.

Es un deber hacer que los demás lo pasen bien. El pesimista es un hombre que recorta su actuación y que, por consiguiente, no hace nada útil, tiene pocos estímulos, es más bien una persona acobardada a la que todo le cuesta mucho trabajo. La persona que ve el mundo con tinta negra, evidentemente, tiene mucho menos estímulos para actuar.

El pesimismo es una visión negra de la vida. El pesimista suele tener una visión peyorativa de las cosas. El optimismo lleva consigo una apreciación positiva de la vida, del mundo entorno, de esa realidad con la que cada uno tiene que tratar. El optimismo se contagia, y el pesimismo también.

Se trata de hacer una opción, pero las opciones deben ser razonables, no se trata de ser optimista sencillamente porque sí, o yendo contra la realidad, o contra lo que es evidente. La persona optimista no es una persona ingenua, ni el optimismo es una simple actitud ante la vida para hacerla más fácil; tampoco el optimismo es algo innato que nace con algunas personas, ni es una cualidad más del carácter.

Hay personas que son entusiastas y que con facilidad se entusiasman por las cosas, pero no son constantes. No cabe duda, es mucho mejor ser optimista que pesimista. Hay un autor, Hegel, sobre el cual he escrito un libro, publicado por la Universidad de Piura, que dice que hay dos maneras distintas de ser entusiasta, es decir, que existen dos tipos de pasión: La pasión cálida y la pasión fría. Afirma que es mejor ser fríamente apasionado porque la persona cuando ha enfriado la pasión demuestra un interés mayor por las cosas.

Después de estas precisiones iniciales, podremos abordar un poco la cuestión. Me parece interesante comentar una sentencia que dice así: «El optimista es el que sostiene que vivimos en el mejor de los mundos posibles y el pesimista es el que se lo cree». Según la sentencia hay dos tipos de optimistas. El primero admite que éste es el mejor de los mundos posibles; podríamos decir que es un optimista cándido. El segundo sería el que sostiene la tesis contraria, no estamos en el mejor de los mundos posibles, por tanto, podemos mejorarlo. Este sería el optimista realista.

Si estuviéramos en el mejor de los mundos posibles, la verdad es que las cosas serían muy aburridas, pues no tendríamos nada que hacer. El hecho cierto de que no sea el mejor de los mundos posibles es una verdad estimulante.

Efectivamente, no estamos en el mejor de los mundos posibles, por el contrario, estamos en un mundo, en donde, por muchos motivos, las cosas no están bien, pero precisamente por eso, debemos empeñarnos en arreglarlas, en lograr que las situaciones mejoren.

Esta diferencia entre optimistas, el optimista cándido y el otro optimista, que de ninguna manera es el verdadero optimista, se explica, si se tienen en cuenta dos cosas: en primer lugar que el mejor de los mundos posibles es incompatible con el ser humano, ya que en el mejor de los mundos posibles el hombre no tendría nada que hacer al estar todo perfecto acabado

El hombre ha sido creado para trabajar; el ser humano es activo por naturaleza y una característica de las ideas del hombre es poder añadir alguna perfección a las cosas que existen. También es característico del hombre poder mejorarse a sí mismo.

Se podría definir al hombre como el perfeccionador que perfecciona. El ser que aporta algo nuevo a la realidad con su acción, con su trabajo, logrando al mismo tiempo su mejora personal. Por consiguiente, es absolutamente imposible, sería una contradicción, que el hombre existiera en el mejor de los mundos posibles. Precisamente por eso, el primer optimista es indefiniblemente un pesimista.

Dios ha sido tan condescendiente con nosotros que ha hecho un mundo en donde el hombre sea capaz de añadir algo. Dios podía haber hecho un mundo mucho mejor que el que ha creado; si no lo ha dejado todo terminado, cosa que también podía haber hecho, es precisamente porque ha encomendado una tarea al hombre.

El hombre puede colaborar con Dios. Para poder colaborar con Dios necesita que, en cierto modo, el mundo no esté terminado. Cuando Dios crea el mundo no lo termina para que el hombre pueda contribuir a la creación.

Evidentemente, ésta es una de las manifestaciones más claras donde se nota hasta qué punto Dios ama al hombre, haciendo de él un colaborador. Es optimista aquél que sostiene que no estamos en el mejor de los mundos posibles, pero que podemos mejorarlo y, al tratar de perfeccionarlo también nosotros mejoramos. En cambio, es contradictorio, y por tanto, una forma de pesimismo, admitir que estamos en el mejor de los mundos, porque en ese caso, el hombre, insisto, no tendría nada que mejorar y por consiguiente tampoco podría tener ningún proyecto.

He de añadir que hay una variante en el primer tipo de optimista, es decir, en el optimista cándido cuando dice:  No estamos aún en el mejor de los mundos posibles, por lo tanto, hay cosas mejorables; y si afrontamos en serio la tarea, mejoraremos, pero no podemos empeorar, porque el hombre es un ser llamado a mejorar.

Bien, pues este pensamiento, aunque parezca raro, también es pesimista, es progresista. El progresista, en el fondo, se confunde con el que acepta la tesis del optimista cándido. Tanto el mundo como el hombre son mejorables, pero también es verdad que una característica del ser humano es que puede mejorar o que puede empeorar.

El hombre puede mejorar, pero ese perfeccionamiento no es necesario. Puede ir hacia un mundo mejor, pero también hacia un mundo peor. Aceptar esta última tesis es propio del optimista auténtico que nos brinda la posibilidad de mejorar; en cambio admitir que la mejora es inevitable o necesaria es una postura determinista que desconoce la auténtica unidad del hombre qué se cifra, justamente, en que es un ser libre.

Sin libertad, el hombre no puede ser autor de sus actos. Un ser libre es un ser que aporta su acción, que puede ser efusivo y que también puede retraerse, puede negarse a añadir algo. Precisamente porque es libre, el hombre es un sistema abierto. Esto significa que su dinamismo oscila entre un culminar y un decaer.

Es verdaderamente optimista el que acepta estas dos cosas: Que el hombre definitivamente no vive en el mejor de los mundos posibles y que tampoco es todo lo bueno que puede llegar a ser él mismo. Ya esto se añade que siendo posible mejorar, también es posible empeorar. ¿Por qué?. Porque tanto el mejorar como el empeorar son obras de la libertad, no son procesos necesarios. Es mucho mejor que sea obra de la libertad porque es señal de que el hombre es libre.

Si al hombre se le amputa la libertad caemos en el pesimismo. Es tan profunda la vocación del hombre a ser libre, es tan profunda su necesidad de vivir en libertad, es una exigencia humana tan fuerte, que si al hombre se le quita la libertad, se le quita también la ilusión. Un hombre que no es libre se entrega al destino, se entrega a la fatalidad, abdica de ser el protagonista, resulta un ser humano esclavo.

Miren ustedes lo que ha ocurrido en la Unión Soviética. Los soviéticos creían que poseían el mejor sistema planificado, predeterminado por una especie de sujetos omnipotentes que colocaban a cada uno en su sitio. De este modo, mataron todo tipo de iniciativa humana y, como consecuencia de ello, se ha llegado a la situación actual que todos conocemos. En cuanto han abierto un resquicio la puerta de la libertad, se ha desbordado el afán humano en busca de la libertad, y el sistema se ha desmoronado. Como han estado tantos años bajo este régimen, en estos momentos, el pueblo ruso se encuentra en una situación de falta de iniciativa y es preciso que aprendan a vivir en libertad.

Es evidente que han mejorado porque han estado sometidos a un régimen que va contra la dignidad humana viviendo como en una cárcel y verdaderamente una cárcel no es el mejor lugar para vivir. Pero esto no quiere decir que hayan resuelto todos sus problemas. Al revés, ahora tienen un problema mayor como es el de aprender a vivir en un régimen diferente. Pienso que les puede costar años conseguirlo.

Con la libertad el hombre puede asumir tareas. Asumir tareas es cargarse de responsabilidades. La libertad no es como el adorno de un pastel, que se coloca encima, es algo que va por dentro del ser humano. La libertad no es «yo hago lo que quiero». No, usted no hace lo que quiere, sino lo que tiene que hacer, que no es lo mismo. Precisamente porque usted es libre sabe qué es lo que tiene que hacer y no lo que le sugiere su capricho.

No se trata de hacer un juicio de valores, pero me parece que puede haber un exceso de proteccionismo por parte del Estado. La gente se ha acostumbrado a pedir. Yo llamo a esa actitud «petitoria». La ayuda, en muchas ocasiones, es conveniente, pero con tal de que, en algún momento, no haya necesidad de seguir ayudando. La ayuda debe ser dada con la condición de que llegue el momento que ya no haga falta. Más aún, habría que plantear como objetivo último de la ayuda, la. reciprocidad: «Ahora te ayudo a ti, tú me ayudarás después a mí».

No se puede tener a una gran parte de la humanidad en la condición de no saberse valer por sí misma. Es optimista quien sabe que libremente puede ir a más, pero también sabe que, libremente, si emplea mal la libertad, puede ir a menos.

Hay que recordar también que hubo un desgraciado episodio en el que a alguien se le ocurrió comerse una manzana, ustedes saben a quien me refiero. Fue una señora llamada Eva y luego un pobre hombre llamado Adán, que la hizo caso; entre los dos estropearon el asunto. De manera que, tenemos una larga historia de defectos.

Existe mucha gente que no quiere ser libre porque tienen miedo a la libertad. No crean ustedes que solamente los pobres soviéticos tienen que aprender a vivir en libertad. Hay muchas personas que preferirían que todo estuviera predeterminado para no tener que correr ningún riego, porque en el fondo, el miedo a la libertad no es más que eso, miedo al riesgo, temor al fracaso.

Voy a decir algo sin que sea imprudente decirlo; no toda verdad se debe decir si es imprudente decirla. Pero me parece que es el lugar apropiado para comentarlo. En las actitudes antinatalistas no hay un simple egoísmo. Todas las campañas antinatalistas además de egoístas son pesimistas al pensar que la vida es un mal negocio.

Yo diría a los padres que tener hijos, evidentemente, es correr un riesgo, pero un riesgo que vale la pena. A los hijos hay que ayudarles, precisamente porque se espera que den fruto. La ayuda crónica, por así decirlo, a un país, no es una situación buena porque genera una actitud negativa por parte del que recibe la ayuda, en cambio cuando se trata de los hijos, los padres sí tienen que ayudarles a mejorar.

El auténtico optimista es el que sabe que mejorar, cuando se trata de un niño y en el fondo también cuando se trata de un ser humano adulto, es crecer: Crecer en humanidad, formarse, ir actualizando las potencialidades, ir reforzando la naturaleza humana, ir haciéndose cada vez más humanos.

Pues bien, durante toda la vida, pero principalmente en la infancia, el hombre todo eso lo puede conseguir si es educado. La educación consiste estrictamente en ayudar a crecer. No en hacer crecer. Crecer corre a cargo de cada uno. Uno no puede crecer por otro. El sujeto de crecimiento es cada ser humano. Luego, la función de los padres, no es hacer crecer, sino ayudar a crecer y esa es la esencia de la educación, cuya primera fase corresponde a los padres en exclusiva, y las otras sucesivas a los padres en colaboración con instituciones que se dedican a eso, a formar, a enseñar.

Un niño es un ser humano, en etapa de crecimiento. Poco a poco va saliendo de las situaciones que, prácticamente no sirven para nada. Cuando un niño está en la cuna no sabe hablar, balbucea, mueve los brazos y las piernas sin saber lo que hace.

Había un viejo general español, con grandes bigotes, muy valiente y muy enérgico. Tenía un nieto y le hizo un discurso, que luego publicó. Con su nieto, este general, que era tan duro y tan serio, se enternecía y le decía en forma de arenga militar: – «Cuando contemplo embelesado las mil y mil formas que con tus manitas infantiles describes en insospechadas direcciones…».

Aristóteles decía una cosa muy parecida: «lo característico de los niños es que no pueden estar quietos un momento. Los niños son esos seres que están siempre en movimiento». Y señalaba, con la agudeza del filósofo, el mérito del inventor del «sonajero», ese instrumento que mantiene al niño estático, por unos minutos.

Efectivamente, los niños se dedican a crecer. Su destino es lograr el desarrollo integral. Nuestra obligación es ayudarles a crecer, ya que si no se les ayuda, no crecerán.

El aborto es algo espantoso, es la interrupción de un crecimiento. El niño en el vientre de su madre se está formando como ser humano, está creciendo. El deber de los padres es tener hijos y educarlos, ayudándoles a crecer. El niño se hace apto para poder cumplir una multitud de funciones cuando crece.

«Ayudar a crecer «, este es el título de un libro escrito por un pedagogo español, un viejo profesor, que se llama Tomás Alvira y que a los 80 años ha publicado un libro en donde define así la educación: ¿Qué es educar?: Ayudar a crecer.

Entonces, un padre y un profesor tienen que saber que cumplen con su deber cuando ayudan a crecer, cuando enseñan a utilizar la libertad. Pero hay que saber que el hijo o el educando es un ser libre y que, por tanto también pueden fracasar.

Los padres pueden poner un enorme esfuerzo, los profesores también y sin embargo algunos lujos salen mal. No está asegurado el éxito. Pero que no esté asegurado el éxito es, insisto, uno de los motivos más grandes para el optimismo realista. Si todos los niños salieran bien, si todos los niños tuvieran buenas notas, si supieran aprovechar el tiempo y fueran agradecidos, no serían seres humanos.

Por eso los padres no deben entristecerse por el hecho de que, a veces, la acción educativa fracase. Hay que contar con el riesgo. Hay que saber educar en la libertad y para la libertad.

La capacidad que tienen los padres para ayudar es innata, no necesitan ir a una escuela para aprender. El optimismo tiene como última culminación, como la gran prueba de justificación de sí mismo, la alegría. Podríamos intentar describir lo que es la alegría.

La alegría es la coronación de un proceso de mejora; es lo más que el hombre puede sacar de las cosas. Podría decirse también que lo mejor que las cosas puedan dar es la alegría.

La alegría no es el placer; el placer tiene un orden funcional, lo mismo que el dolor. La alegría es una culminación. La vida del hombre termina en la alegría. Por eso el optimista sabe que puede perder la alegría, pero la busca y se dirige hacia ella.

Por el contrario el pesimista es tristón, produce pesimismo a su alrededor, se queja y se lamenta de todo. Ahora bien, no todas las cosas proporcionan la misma alegría, porque no todas las cosas dan de sí lo mismo Lo que más alegría proporciona al hombre es el hombre, por ser el hombre el ser que se relaciona con el hombre.

El gozo de la vida es lograr sacar puramente la esencia de una cosa. Caminamos por la vida desaprovechando alegrías. Por eso, a veces, nos ronda el pesimismo y decimos: -«Esta vida es triste «; pero la verdad es que esta vida no tiene nada de triste, lo que hay que saber es que hay alegrías de muy pocos quilates.

La mayor alegría la produce el prójimo. De ahí la gran sabiduría que encierra la Ley de Dios: -“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Es más, si no amas al prójimo como a ti mismo, te privas de la alegría.

Lo que más alegra al hombre, es el hombre, y esto un matrimonio lo tiene que saber: Lo que más alegra al esposo, es la esposa, y si no es un pesimista; y lo que más alegra a la esposa, es el esposo.

El hombre ha sido creado para colaborar con Dios, para mejorar la realidad y para mejorarse a sí mismo y éste debe ser el ideal humano. Lo más asombroso del asunto es que el hombre es la alegría de Dios. Así lo dice la Escritura Santa en el libro de los Proverbios: «Mis delicias son estar con los hijos de los hombres».

Los hombres estamos llamados a tratar las cosas importantes y del trato con ellas se desprende la alegría. El optimista nunca está triste. Puede estar preocupado dando vueltas a los temas que debe resolver, viendo cómo saca adelante a una persona o a una empresa, o pensando cómo puede mejorar las cosas que tiene entre manos. El hombre tiene derecho a la alegría. Ante la alegría el hombre se queda extasiado. La alegría tiene una forma espléndida.

Bien, pues hemos llegado al final. Este es el resumen de lo que les quería decir, que la Providencia Divina, a la que nadie se escapa, ha previsto las cosas de tal manera que quiere que sus hijos sean protagonistas de una historia bien hecha. La alegría es la pura esencia que se escancia en la realidad. La fuente de la alegría es el crecimiento de la persona

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