APORTACIONES DE LEONARDO POLO AL DIÁLOGO INTERDISCIPLINAR EN TORNO AL ALMA HUMANA

CONSUELO MARTÍNEZ PRIEGO

(en Futurizar el presente)

 

El diálogo entre la las ciencias biomédicas y la filosofía se ha visto dificultado e interrumpido durante años por la diversidad de metodologías y el obstáculo permanente par encontrar terminologías comprensibles desde los dos extremos científicos[1]. Sin embargo, los avances de la biología entorno al genoma humano y numerosos de los desarrollo de la filosofía del prof. Polo permiten, sin duda un nuevo entendimiento[2]. En concreto los términos de: sobrante formal, la tetracausalidad aristotélica entendida desde la moderna cibernética, o los conceptos de alma recibida y alma añadida; permiten realizar preguntas que interesan tanto a biólogos como a psicólogos, muchas de las cuales tienen estrecha relación con los sempiternos problemas de la relación alma-cuerpo[3] o la misma realidad del alma[4].

La visión poliana de la tetracausalidad aristotélica. Estados de moción y estados de equilibrio.

Puede decirse que el pensamiento de Aristóteles acerca de la estructura de la realidad como materia y forma, no ha sido superado en la historia de la filosofía. Sin embargo, el conocimiento de los seres vivos, la Biología, de su época era muy escaso y sobre todo era una visión errónea en lo que se refiere al fijismo y preformismo. Por ello, actualizar su concepción de las categorías que definen el ser vivo a la luz de los avances fundamentales del conocimiento científico (en cuanto a la cooperación entre azar y determinación en los procesos biológicos) permite recuperar la lógica del ser vivo aristotélico; de este modo puede verse que, para Aristóteles, el tratamiento de lo orgánico relacionado con el alma, sus facultades y sus operaciones, responde a un modelo filosófico que tiene una lógica cibernética. En efecto, a partir de los conceptos de estado de moción y estado de equilibrio conceptos podemos afirmar que no todo cambio es procesual (temporal), y la comprensión de las operaciones humanas se ve corroborada con la inteligibilidad de estos conceptos cibernéticos[5]. Esto nos conducirá más adelante a la introducción de operaciones típicamente espacio-temporales, y por tanto materiales, y otras que no lo son y de las que cabe afirmar que no son materiales.

Según Polo, Aristóteles piensa estrictamente al ser vivo atendiendo a la diferencia entre estado de moción y estado de equilibrio, teorizada profundamente. De esta manera desde Aristóteles se puede perfeccionar la forma en que la Termodinámica y la Cibernética diferencian estas dos situaciones[6]. En primer lugar distingue entre una estructura de la realidad de moción y de equilibrio. Hay un estado de moción, una kinesis, cuando una interrupción de ese estado daría lugar a que quedara incompleto; esto es, la interrupción da lugar a que el movimiento quede frustrado. Por ejemplo, edificar una casa es un movimiento kinésico: mientras se edifica no se tiene lo edificado, y cuando se tiene lo edificado ya no se edifica y si se interrumpe, se interrumpe de verdad, porque se mide por la casa y la casa no está terminada. La acción, el movimiento, tiene un término externo, que no está en el movimiento mismo –es lo que se llama ergón-. Los seres naturales inertes, no vivos, tienen una estructura hilemórfica de kinesis; o dicho de otro modo, la forma no se corresponde unívocamente con la materia. Existen otros estados, las operaciones, a los que Aristóteles llama práxis perfectas, o energeias, que se caracterizan porque ninguna interrupción en el tiempo significa para ellos una frustración o amputación de una de sus partes; y ello por una razón decisiva: porque no tienen un término externo, sino que el término está en ellas mismas. Si se interrumpe una práxis sólo se le quitará la posibilidad de alcanzar ulteriores perfecciones, pero no la rompe.

Un ejemplo de práxis es el ver; cuando se ve, se tiene lo visto; y si se sigue viendo es porque ya se tiene lo visto, de manera que al haber visto no hay manera de quitarle el haber visto. Si se deja de ver no ha quedado algo sin hacer, porque todo lo que tenía que hacer, el ver, la operación, ya lo ha hecho. Una práxis ya tiene fin: son poseedores del término, son teleológicas. La noción de telos significa aquello que está ya poseído por aquel tipo de actividad que no tiene su término exterior a ella misma sino que es capaz de la posesión de sí mismo. Los seres naturales en los que hay una distinción entre estado de equilibrio y mociones son los seres vivos: son simultáneamente hilemórficas y teleológicas. La vida es estado de equilibrio -en permanente modificación-, y estado de equilibrio así entendido, no es de ninguna manera fijismo, ni quiere decir formalidad detenida: no está predeterminada al modo como está detenida la formalidad, por ejemplo, en los planos de la construcción de un edifico. Eso sería estructuralismo; para el estructuralismo efectivamente las formas son estables, estáticas, y en cambio desde esta perspectiva las formas son estables en el sentido de activas, de práxicas, y no de estructuras.

Ahora bien, cabe modificación del equilibrio. Y una modificación que tiene la capacidad de modificar estados de equilibrio se define como información[7]. Este sentido de informar no es una simple interacción o relación entre estructuras capaz de modificar el estado de equilibrio de un sistema. Información significa que hay una «forma que transita». El paso de un estado de equilibrio a otro no puede ser una moción –kinesis–  sino una praxis. ¿Cómo es posible que un estado estacionario, de equilibrio pase a otro? Para responder a esta pregunta es necesario introducir la idea de retroalimentación. Esto es, un incremento de la complejidad de la realidad viva que supone una regulación de la información: el modelo hilemórfico de la realidad, fundamentado en la distinción entre materia y forma, no es simplemente la relación que tiene una forma con una materia, sino que es también la relación que tiene la forma con otros posibles puntos de referencia distintos de la materia, que es el fin. La forma se relaciona con la materia (actuando ésta, la forma, como causa eficiente respecto a aquella, la materia) y con el fin (causa final). Y así hay una indeterminación llamada materia, que es determinada por una forma y una indeterminación de la forma respecto al fin.  Para que una forma pueda tener relación, no sólo con una materia, sino con un fin, su estructura no puede ser hilemórfica sino morfotélica: para que una forma pueda tener que ver con un fin es necesario que la forma se determine. Es decir que la forma respecto del fin esté afectada de indeterminación, ella misma, como forma. De este modo la retroalimentación transciende la idea de fijismo, de principio fijo o predeterminado, porque implica el refuerzo incesante del principio[8].

A la forma afectada de indeterminación respecto al fin es lo que podemos llamar “potencia activa” –y Polo califica como “sobrante formal”, como veremos más adelante-. La facultad, o potencia activa, es justamente aquella estructura de indeterminación formal que hace posible que una forma tenga que ver con un fin de tal manera que, según su propia operación, ese fin sea posible. Y a la vez, la indeterminación de esa forma es determinable y por tanto tiene su propio intervalo de indeterminación[9]. La indeterminación formal es un intervalo dentro del cual se pueden inscribir una serie de determinaciones[10]. Es una posibilidad (entre A y lo más opuesto a A), de manera que la determinación no es más que una proporción dentro del intervalo de contrarios: la determinación es sólo probable respecto de la indeterminación. Y puesto que no todas las posibilidades son iguales (ya que hay fragmentos de la materia que cuando son actualizados son más probables que otros) se trata de una indeterminación formal respecto a la probabilidad que no es isomórfica. Es la realización de esa probabilidad lo que establece la praxis de una operación.

Una secuencia de praxis es en definitiva una serie de actualizaciones de segmentos de indeterminación de la potencia activa. Si se realiza secuencialmente se tiene un mensaje. Es una secuencia informática en la misma medida en que hay actualizaciones. La condición última de posibilidad de que haya una transmisión de información, está en que haya estructuras formales relativas a telos, estructuras morfotélicas, que precisamente por ser relativas a telos son indeterminadas y a su vez claramente determina”bles”. Una relación de información es una relación que no es una fuerza, sino que se determina según la región de probabilidad que tiene de determinación, según el mensaje, que es la morfé respecto de su telos. Si no hubiera potencias activas no habría posibilidad de ninguna información porque la información no es más que un mensaje que viene a través de una serie de codificaciones y descodificaciones y se transforma; en definitiva, es precisamente la potencia activa quien pasa a acto ese mensaje. Y lo hace en la forma de establecer una probabilidad de actuación en una posibilidad de actuación. Un fin es una relación con una forma, que hace que esa forma sea indeterminada y por tanto potencia activa, capaz de seleccionar fines que, respecto de aquel fin que es el que le ha constituido como potencia activa, son medios.

Ahora bien, estas estructuras formales no son todas iguales; por el contrario, unas pueden tener que ver con órganos y otras no. ¿Que relación tiene una potencia activa, es decir una facultad, con su órgano? Según Aristóteles, un órgano, a diferencia de un ser vivo, es un mixto, una mezcla estable y por serlo también es un cierto equilibrio, y por ello cuando es estimulado, es decir cuando se pretende romper ese equilibrio, reacciona. En el caso de las potencias activas que tienen que ver con órganos, la indeterminación de la forma tiene que ver con el mixto, es decir con el punto de equilibrio del mixto.

Sin embargo, hay además una potencia activa, que está exclusivamente abierta y por tanto es sólo, y exclusivamente, respectiva de su operación, indeterminada respecto a su propio operar. Y a esta potencia activa le llama nous. La inteligencia tiene dos características: por una parte tiene que ver con los cambios de disposición de los órganos –condiciones antecedentes en su operar- y por otra ella misma es disponible en función de sus actos, justamente en cuanto que es potencia activa. La potencia activa llamada inteligencia se mueve en sí misma; se mueve entre el ser y el no ser. Es actualizable respecto de su fin que naturalmente es universal: una forma absolutamente abierta a cualquier determinación, no puede tener que ver con ningún órgano, sino que sólo tiene que ver con su operación[11].

La potencia activa puede tener una retroalimentación, que es hábito[12], en términos de capacidad de modificación en cuanto al fin. Cuando una potencia es capaz de hábito, entonces el hábito es el fin al que obedece toda potencia. La operación no sigue meramente a la facultad sino que tiene para ella el valor de insistencia y refuerzo. Y ese refuerzo incesante del principio la abre respecto al fin. Como además el fin de la potencia misma es abierto, diría Aristóteles, estamos en una causa simple: se es libre. Se es libre cuando uno es causa de sí y es causa para sí; es decir para sí funciona también como causa final. La referencia al fin de toda forma a través de su causa eficiente es a la vez una referencia a la misma facultad como fin, puesto que la facultad, como tal, es perfeccionable. El viviente inteligente y libre tiene una estructura morfotélica, la cual en su propio principio es perfeccionable. La inteligencia, como práxis intelectual, como potencia activa cuyos extremos son prácticamente infinitos es tabula rasa. La inteligencia es tabula rasa en la que no hay nada escrito, porque es una indeterminación formal pura, es una potencia activa infinita; y por ser una estructura práxica abierta se determina operativamente de una infinita cantidad de maneras. Esas determinaciones son fabricación de sus propios mensajes. La discontinuidad de la praxis intelectual, se manifiesta en las ideas: cuando el viviente humano tiene una idea, esa idea, que es un perfecto poseído, es a su vez una entrada para la base siguiente. Esto es, una autoinformación que además puede crecer.

La comprensión aristotélica de la realidad en la articulación de la materia y la forma, despojadas de los errores de la Biología de la época antigua, muestra la fecundidad de estas categorías metafísicas –en concreto las de eficiencia, forma y fin-; abren el conocimiento científico actual hacia una explicación de las realidades biológicas, más allá de los meros mecanismos de su funcionamiento, y permite alcanzar un saber acerca de su ser y su significado. Como veremos más adelante el hombre “resulta” –en gran medida– a de la puesta en marcha de un proceso de emisión de la información genética contenida en el material heredado de sus progenitores –a lo que llama Polo “alma recibida”–: de ahí la oportunidad de las reflexiones precendentes. Las facultades especificamente humanas, actuando como potencias activas abiertas permiten explicar el hombre como tal, sin equiparar reductivamente la “vida biológica” humana a la de los animales superiores[13]. Aparece la cuestión del origen de las facultades no ligadas a órgano, y por tanto no contenidas explícitamente en el mensaje genético. Es a lo que llamaremos “alma añadida”, en terminología poliana. Lo que está claro es que lo inferior reclama lo superior para su propia subsistencia, sin que lo contenga[14].

Las aportaciones de la biología en torno al genoma

 

Todo organismo vivo no es sino una peculiar ordenación de cuatro aminoácidos: adenina, tintina, citosina y guaniana. Lo relevante en orden a la vida, evidentemente no es la inclusión de estos cuatro elementos, sino la virtualidad que su ordenación o configuración les otorga.

Así, la vida de los organismos, de los más simples hasta los más complejos, consiste en la emisión del mensaje contenido en su genoma; los vivientes procesan la información genética y constituyen sistemas que se pueden modelizar. El código o mensaje genético tiene una estructura semejante a la de una potencia activa, es decir, está constituido por un conjunto de determinaciones informáticas que pueden ser actualizables pero que de entrada están en potencia. La ordenación de todas las determinaciones posibles en el código ha de ser diferencial, porque si no, no habría organismo. La noción de información contenida en el genoma es perfectamente asimilable a la de forma, o principio ordenador, que, además de ordenar estos cuatro elementos, ordena a otros; esto es, es también eficiencia[15]. La vida del ser viviente, su existencia, es el tiempo que dura la emisión del mensaje genético; de acuerdo con lo que hemos visto en el apartado anterior, no tiene un determinismo fijista, no está predeterminada en la información escrita en el genoma. Es debido a que la información, que configura la mera materia haciendo de ella un sujeto vivo y eficiente, posee, además, información sobre el proceso mismo de crecimiento del sujeto. Se dice entonces del sujeto, del ser vivo, que es un ser abierto y no determinado en su desarrollo –no sólo hay maduración[16]-, y, al ser el beneficiario primero de toda operación realizada por la eficiencia propia, es el fin de la misma. Esto es, la forma es eficiencia y fin.

La actividad de la materia ordenada no es materia ordenada, aunque sean condición para generarla: eso es realizar una operación. Ciertamente toda operación es una realidad nueva fruto de cierta eficiencia propia del sujeto vivo. Todo sujeto vivo posee, por tanto, además de una materia, eficiencia interna. Evidentemente, el sujeto vivo capaz de operación posee una ordenación de partes. Esta disposición de los elementos más simples no es aleatoria; más aún la configuración de esos elementos es relevante, como señalábamos más arriba. Eso es, propiamente, una forma; es decir, un principio ordenador de elementos de suyo no ordenados –la materia–, y en los que ninguno por separado posee operatividad[17]. Por otro lado, la emisión del mensaje en cuanto formalización de la materia es dinámico, se retroalimenta, en cuanto hay diversos tipos de unidades de información, genes, que se expresan ordenadamente. En efecto, hay genes que codifican proteínas cuya estructura determina su función específica en los procesos vitales, y hay genes «reguladores» con información sobre el control de la expresión de los otros genes que dan lugar al fenotipo propio de cada individuo de cada especie, de cada una de sus diferentes unidades celulares que constituyen los órganos, y hay morfogenes que controlan la estructura corporal. En todos los  casos hablamos de información y de operatividad; los genes reguladores y los morfogenes tienen operatividad de segundo orden. Si llamamos al principio formal, eficiente y final “alma”[18], principio de vida, ésta es información simple y compleja.

La ordenación de elementos por un principio, información, los hace no sólo materia ordenada, sino también capaz de operatividad: la forma, la capacidad de configurar, no se agota en configurar, sino que además puede originar operaciones no contenidas en la ordenación material. Por eso a la forma de un ser vivo no solo es configuradora, sino que posee, lo que ha venido a llamarse en terminología de Polo, “sobrante formal”[19]. Es decir, el «sobrante formal» es la capacidad operativa de la forma, que no se está agotando en la configuración del ser vivo, en el mantenimiento ordenado de las partes. La forma actúa, en principio, disponiendo partes materiales para que el proceso vital continúe. Y podemos afirmar que posee más «sobrante formal» el ser vivo que realiza operaciones de rango superior. Al viviente humano, que como hemos visto, le es posible la realización de operaciones sin la disposición de elementos materiales, sin órgano, le corresponde, por tanto, un «sobrante formal» no vinculado inmediatamente a la materia. Eso es lo que tradicionalmente se ha llamando espíritu.

El significado biológico del mensaje genético escrito en el genoma, es por lo tanto, ser la forma de los vivientes. Es obvio que existe una enorme variedad de seres vivos, desde los que consisten simplemente en una sola célula, hasta los formados, como es el caso del organismo humano, por millones de ellas. Las estructuras corporales de cualquier ser vivo son complejas asociaciones de moléculas organizadas en niveles jerarquizados y cada componente y cada parte del organismo tienen su función propia, en orden al todo que constituyen. En un organismo todas las células, tejidos y órganos, mantienen una unidad dentro del conjunto, que hace que viva ese organismo, ese individuo concreto. El conjunto individualizado es más que la suma de las partes; y precisamente porque todas las partes se integran armónicamente, cada organismo vivo tiene una vida propia, con un inicio, un desarrollo temporal en el que se completa, crece, se adapta a diversas circunstancias, se reproduce, envejece, a veces enferma, y necesariamente muere. Más aún, cada ser vivo es capaz de realizar una serie de funciones y operaciones que son propias de la especie a que pertenece, mientras otros no tienen esas capacidades.

Hay un tipo de operaciones por las que un ser vivo, se construye a sí mismo -construye su propio cuerpo-: toma materiales del entorno, los convierten en suyos y modela su propio organismo siguiendo el programa de desarrollo, crecimiento, maduración y envejecimiento escrito en su propio genoma. Cada parte de su organismo le pertenece durante toda su vida y cuando son complejos, como los mamíferos, sólo muy limitadamente admiten un transplante de un órgano o tejido ya que tienen capacidad de distinguir lo propio de lo extraño. La identidad de cada viviente, en su unidad, y con todas las características particulares que le hacen ser ese individuo concreto está, como forma, en la dotación genética, presente en todas y cada una de sus células. Por ello, y a pesar de los cambios de tamaño, e incluso de aspecto, que conlleva el paso del tiempo, mantiene a lo largo de su existencia una identidad biológica, desde el momento en el que se constituye con esa dotación genética particular, distinta a la de sus progenitores[20].

El mensaje genético es inmaterial como toda forma, información, o mensaje. Las diferencias entre los seres vivos, y su diferente identidad biológica, se debe a las diferencias en el «contenido» del mensaje; esto es, a que poseen una forma diferente, y por consiguiente distinta operatividad. Así, el mensaje genético de un viviente unicelular es autosuficiente para que realice las funciones vitales específicas y características; toma de su entorno los materiales disponibles y los emplea en la obtención de la energía que necesita para alimentarse, moverse, y reproducirse; como todos los seres vivos, transforman el medio en el que viven, y establecen una relación vital de manera que entran en comunicación con el mundo exterior y para ello poseen sistemas de recepción de estímulos, los llamados receptores. Ellos mismos, al poder autorregular sus propias capacidades, se adaptan a lo que su entorno les ofrece. Es decir, tiene muy poca autonomía. Más aún se reproduce por escisión: como tal individuo muere al dar paso a dos por duplicación del material genético y división celular en dos. Es un individuo que tiene «poca identidad»; la emisión de su mensaje consiste principalmente en actualizar la información para dar una copia idéntica, una replica de sí, y escindirse en dos. Por ello los vivientes unicelulares son muy iguales entre sí. En este contexto hablar de algo único originariamente en cada individuo, evidentemente, no tiene sentido[21].

Por el contrario un organismo pluricelular tiene como forma un mensaje «con más contenido». Una información que permite la construcción de un organismo con partes diferenciadas, y funciones vitales, más o menos complejas, y sobre todo tener reproducción. Por la reproducción los seres vivos generan otros seres semejantes a sí mismos, en cuanto que dotados de los caracteres propios de la especie a que pertenecen sin dejar de existir en el proceso como tal individuo. La reproducción sexual requiere la participación de dos individuos para la producción de la descendencia, aportando cada uno, padre y madre, la mitad del material genético del nuevo ser; por el contrario, en la reproducción asexual, un sólo individuo puede dar lugar a otro, desde una parte de él o por autofecundación. La mezcla de material genético de sus progenitores permite que los individuos de una misma especie sean diferentes entre sí. También en este caso, al estar toda su operatividad ligada a la constitución de su organismo, no puede hablarse de algo originario único, aunque sí de cierta variabilidad biográfica en la medida en que puede aprender, y su crecimiento no es por tanto mera maduración, sino verdadero desarrollo.

El mensaje genético de un vegetal, lo que se ha venido a llamar alma vegetal, no tiene instrucciones para que el organismo que se construya, tenga sensibilidad, ni traslación. El viviente vegetal es dependiente del entorno incluso para llegar a madurar, adquirir la figura y el tamaño que les corresponde, por el hecho de ser un individuo de una determinada especie.

El mensaje genético de un animal, alma animal, informa un organismo que, por poseer un sistema nervioso, procesa información: hace suyo el medio externo sin modificarlo, sin agredirlo. Realizan operaciones como ver, oler, etc., de las que carece un vegetal y que les permite conocer, realizar las conductas instintivas, en algunos casos un conocimiento incluso curioso, unas tendencias no específicamente determinadas en su término, etc. En los mamíferos el proceso de desarrollo y diferenciación es irreversible. Durante la construcción del organismo el estado del mensaje genético en el inicio de su existencia, va modificándose, química y estructuralmente, y de manera irreversiblemente con el tiempo de emisión y en cada linaje celular. Guardan así, memoria de lo que ha ido sucediendo y del tiempo de la vida que ha transcurrido. Es otro modo de retroalimentación que los modifica individualmente, al modificar el estado del genoma en cada célula. El estado del mensaje, y con ello las instrucciones que emite, son diferentes en una célula embrionaria, que cuando la célula está diferenciándose para construir el hígado, o el pulmón, etc. Más aún, los vivientes mamíferos mantienen después del nacimiento una cierta plasticidad neuronal, que le permite ir cerrando o determinando progresivamente circuitos y mantener un cierto tiempo capacidad de aprendizaje. Esta maduración del órgano cerebro les permite guardar en la “memoria neuronal” lo aprendido. Y lo hace por un mecanismo en cierta medida similar a la memoria de la construcción del cuerpo: modificando el mensaje genético, o la emisión del mensaje –información de segundo orden-, en aquellas células neuronas que han participado en recibir y transmitir la señal de los sentidos interactuando a través de una sinapsis, y de los circuitos neuronales que procesan la información. Hay por tanto una gran diferencia de «sobrante formal» cuando se procesa información.

Podemos decir que en los seres vivos hay información ligada a su mensaje genético, que no se restringe a lo originariamente recibido de sus progenitores, sino que «opera» con diversa intensidad. En todos los casos la forma, principio distinto a la materia a la que informa, «sobra»; es decir, además de configurar la materia del ser vivo (causa formal), «opera»(causa eficiente) y «da sentido» al proceso además de «recibir» las consecuencias de su obrar a modo de nueva información para realizar unas operaciones (causa final) que son de distinto rango de unos a otros[22].

Efectivamente, las instrucciones que permiten formar el sistema nervioso, son como las «palabras» que lo modifican, que elevan el mensaje de meramente vegetativo a sensitivo. Es otro tipo de mensaje a un nivel radical y por tanto ha de hablarse de un viviente de distinta esencia, o de otra intensidad de ser. A medida que un viviente «sube» en la escala biológica, «sube» la capacidad operativa desligada de las condiciones iniciales y dependiente de las operaciones precedentes: aparecen los aprendizajes condicionados, y no sólo la modificación de reflejos simples. Paralelamente la inmaterialidad es más patente a medida que se «sube» en la escala y a este modo de inmaterialidad es a lo que llamamos alma.

Discontinuidad de la emisión del mensaje genético a lo largo de la vida

 

Como se ha analizado en el apartado anterior, cada ser vivo posee la información genética inmaterial, contenida en la secuencia de nucleótidos de su genoma y presente en cada una de sus células, que no sólo ordena la materia que está configurando sino que es principio de operatividad. Es decir tiene un claro carácter dinámico, y ese dinamismo se produce en orden a la construcción y crecimiento, en orden a la operatividad, en orden a la donación de sentido al proceso, y es incluso capaz de recibir modificaciones, como fruto del propio obrar, o de interactuar con el medio. En efecto, al emitirse el mensaje genético se irán formando estructuras, órganos y tejidos, diferentes entre sí en cuanto que realizan diferentes operaciones. Y en le transcurso de la existencia y en cada operación se ven modificadas las cuatro causas que concurren en cada viviente (materia, forma, eficiencia y fin). Los aspectos materiales e inmateriales del ser vivo no se separan en el vivir mismo; por ello, las estructuras práxicasmorfotélicas, hacen de la emisión del mensaje una existencia discontinua, con etapas en que se suceden en orden al vivir.

La discontinuidad no es sólo temporal sino espacial. El «sitio» que ocupa cada unidad celular determina en ella la emisión del mensaje: la información se retroalimenta, crece, se hace más compleja no sólo temporal sino también espacialmente. La interacción específica de células de igual genotipo, y de distinto fenotipo, se convierte en información. Del mismo modo, la ordenación espacial del organismo permite que «lleguen» hasta las células que ocupan un sitio concreto señales moleculares capaces de modificar la expresión génica: es nueva información, incremento de información, ligada al dinamismo espacial. Son también discontinuidades del proceso único de emisión del mensaje genético.

En el genotipo, o estado inicial del genoma, hay sólo potencialidad de multitud de operaciones. El proceso constituyente de un nuevo viviente es el proceso de disponer la materia recibida de los progenitores con el fenotipo celular propio de inicio o arranque, o activación de la emisión del mensaje. Tanto en la fecundación natural, como en la artificial, o en la clonación el proceso constituyente acaba en la construcción de una unidad celular, cigoto, con un fenotipo característico y propio: la dotación genética en situación o estado de iniciar la emisión del mensaje completo y un contenido citoplásmico, una composición molecular de la membrana y un «medio» capaces, en su conjunto unitario, de proporcionar las señales moleculares imprescindibles para activar la emisión del mensaje. La información inicial (heredada de sus progenitores y recibida en la estructura celular con el fenotipo resultante del proceso de fecundación de los gametos) tiene la potencia real para realizar sólo alguna de la multitud de operaciones potenciales del código, o mensaje, genético completo del individuo. Y como hemos señalado, la realización de esas primeras operaciones permite que se vaya configurando el organismo y le conduce así hacia la configuración de nuevos centros operativos.

Si se supone que la emisión funciona aleatoriamente, y no según esta estructura de determinación de una dinamis, entonces no se puede explicar como se construye el organismo. Sin una concepción del mensaje genético como estructura práxica, con retroalimentación y operatividad morfotélica no se puede explicar una embriogénesis, ni la génesis del organismo. Más aún, la emisión del código genético en las células diferenciadas que forman cada parte del organismo retroalimenta la información en el sentido, también, de informar acerca del tiempo transcurrido, esto es, de su estado de maduración y envejecimiento; y con ello hay información para la muerte natural que es una muerte genéticamente programada para cada tipo celular y para el viviente, en cuanto que mueren las neuronas de la región del cerebro que opera coordinando el conjunto de las diversas operaciones vitales. Y en esta coordinación de la emisión del mensaje se encuentra el principio del crecimiento con la posibilidad de reproducción. En efecto, las células especializadas como tales células germinales para la transmisión de la vida, tienen un «rejuvenecimiento»; un rejuvenecimiento es una desespecialización, como un volver a liberar el código genético de lo que ha estado haciendo al construir el organismo a lo largo de la existencia. La gametogénesis es desespecializar, o potenciar otra vez, rejuvenecer; es recobrar la indeterminación de la forma. Mientras el envejecimiento no es más que el agotamiento por determinación de la información con la emisión del mensaje.

Conclusiones

Tras estas reflexiones sólo queda concluir que la comprensión de la dinámica propia que el descubrimiento del genoma ha puesto de manifiesto no hace sino consolidar y hacer más “verificables” algunos conceptos metafísicos claves, tales como: alma, tetracausalidad, operatividad y facultades (sobrante formal), así como la necesidad de explicar la procedencia de las facultades no ligadas a órganos (alma añadida). Por otro lado, la profundización en estos conceptos hace más clara la comprensión de los avances biológicos, dándoles así su verdadero alcance y permitiéndoles aportar conclusiones relevantes en orden al desarrollo de la bioética.

Consuelo Martínez-Priego

CU Villanueva (Universidad Complutense de Madrid)

[1] Sobre la dificultad de articular los diversos saberes antropológicos, las polémicas establecidas entre ellos y una posible solución, cfr. Argüí, V. ; Choza, J., Filosofía del Hombre. Una antropología de la intimidad. Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad de Navarra. Rialp. Pamplona. 1995. cap. 1.
[2] He de agradecer a la prof. Natalia López Moratalla (Universidad de Navarra), las aportaciones biológicas del presente artículos así como la posibilidad de haber podido entablar un verdadero diálogo interdisciplinar.
[3] El pensamiento humano ha encontrado, desde siempre, una dificultad real para escapar del dualismo, y comprender las «junturas» del cuerpo material con el alma espiritual. De ahí proceden las dificultades que entrañan las cuestiones relativas a la relación alma-cuerpo, o , en nuestro siglo la cuestión mente-cerebro. ¿De que forma se influyen mutuamente la mente inmaterial, las facultades espirituales y el órgano cerebro? Hace tres siglos René Descartes consideró la mente como una entidad extracorpórea que se une al cuerpo mediante la glándula pineal; se equivocó en cuanto a la pineal y además promovió una forma de pensar dualista respecto al ser humano, cuyo influjo en las Neurociencias, la Antropología y la Psicología no ha disminuido con el tiempo. Un ejemplo de esta influencia puede verse en: Chacón P. Et alt. Lecciones de filosofía de la psicología. Facultad de Psicología. Universidad Complutense de Madrid. 1998.
[4] Este hecho, que el genoma lleve a pensar en el alma, no ha pasado desapercibido a importantes biólogos, como lo muestra el artículo de. A. Mauron. “Is the Genome the Secular Equivalent of the Soul?”. Science, vol. 291, pp.831-832. 2000.
[5] Cfr. Conferencia de L. Polo, 1981 Lógica cibernética y lógica del cerebro (en prensa). Studia Poliana, nº 2, 2001.
[6] Lo que sigue corresponde en gran medida a Polo L. Teoría del conocimiento  tomo II y conferencia de 1981 anteriormente citada
[7] “….Poner en el centro de los fenómenos vitales no el recambio de energía, sino la transmisión de información, es decir, de un orden que, a su vez, crea estructuras ordenadas en forma progresivamente más compleja…” Rof Carballo, J, El hombre como encuentro,  Alfaguara, Madrid, 1973.
[8] “He dicho muchas veces que me impresionó de chico aquella frase de Bergson: “como torbellino de polvo levantados por el viento, los seres vivos giran en torno a sí mismos arrastrados por el gran soplo de la vida”. Sí, es maravilloso, efectivamente, ahora ¿es verdad? (…) Porque ¿qué es el soplo de la vida sino el ejercicio de actividades que derivan de unas estructuras, y que revierten sobre ellas?” Zubiri, J, Estructura dinámica de la realidad. Alianza, Madrid, 1989. p. 189.
[9] En ese sentido es forma que no se agota en informar a la materia, en configurarla, sino que “sobra”, es activa y tiene indeterminación que le permite realizar operaciones.
[10] “El ser vivo se encuentra lejos del equilibrio, en un terreno en el que las consecuencias de la entropía no pueden ser interpretadas según el principio de orden de Boltzmann y en el que son fuentes de orden los procesos productores de entropía, los procesos que disipan la energía desempeñan un papel constructivo. En el campo, la idea de Ley Universal hace sitio a la de exploración de estabilidades e inestabilidades singulares, el contraste entre azar de las configuraciones iniciales particulares y la generalidad previsible de la evolución que ellas determinan deja paso a la coexistencia de zonas de bifurcación y de zonas de estabilidad, a la dialéctica de las fluctuaciones incontrolables y de las leyes medias deterministas”. Prigogine, I; Stengers I, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia. Alianza Universidad. Madrid 1990. pp. 218-219.
[11] Sobre la demostración de operaciones no ligadas da órgano puede verse L. Polo. Quién es el hombre. Rialp. Madrid. 2000. pp. 184-198. La argumentación transcurre de la inmaterialidad del nous a la inmortalidad, y por tanto la total independencia respecto a su subsistencia de elementos materiales. Para ello recurre a operaciones del nous como la reflexión o la negación.
[12] Cfr. Polo, L. Curso de teoría del conocimiento IV/I. Eunsa. Pamplona 1994. pp. 87 y ss.
[13] La apertura personal del hombre hacia el cosmos, hacia los demás hombres y hacia Dios no puede ser explicada desde la biología si ésta elude el discernimiento de la riqueza operativa específicamente humana, si se le considera como ser estático o meramente kinético: si el hombre es singular dentro del universo es justamente por la apertura originariamente indeterminada –nous– y sólo en la operatividad adquiere matices diversos. Cfr. Polo, L. «La coexistencia del hombre», en El hombre: inmanencia y trascendencia, Actas de las XXV Reuniones Filosóficas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Navarra, 1991 (1)
[14] “Es decir, la organización y el equilibrio del medio interno no es un equilibrio estático, es un equilibrio dinámico en que cada una de las feas inferiores requiere por necesidad la intervención de una fase superior para que la fase inferior pueda continuar siendo lo que es….”. Zubiri, J., Estructura dinámica de la realidad. Alianza, Madrid, 1989. p. 181. Traemos a colación estos textos de Zubiri porque la confluencia en algunos temas, la intuición sobre el problema y la solución, es patente, aunque el sustrato metafísico de ambos autores también lo es para los que conozcan ambas obras.
[15] Podemos decir, en rigor, que “sobra forma” tras configuración material del sujeto. De ahí el término de “sobrante formal” aplicado a las facultades como principios operativos. Cfr. Polo, L. Curso de teoría del conocimiento I. Eunsa. Pamplona 1987. pp. 215 y ss.
[16] Distinguimos ambos términos maduración habla del crecimiento posible del sujeto a partir de sus propias condiciones iniciales, mientras que el primero, desarrollo, añade los aprendizajes que la interacción con el medio –sea ésta intencional o no– se suman a ese mismo crecimiento. De este modo la plena manifestación requiere condiciones del sujeto (lo dado) y aportaciones del medio (lo adquirido). Cfr. Papalia D.E., et alt. Psicología. McGraw-Hill. México. 1987, p. 164.
[17] “Todos los seres vivos se originan según un plan preestablecido. Cualquier hipótesis sobre el origen de la vida es inutilizable si no puede explicar el origen de ese plan, es decir, el concepto espiritual. No basta con mostrar que lo nucleótidos se agrupan formando ácidos nucleicos de gran peso molecular, sino que es una cuestión mucho más importante saber cómo estos ácidos han llegado a poseer este nivel de información”. Schramm, G. Belebte materie. Agelsachsen-Verlang. Neske. 1965.
[18] Téngase en cuenta que ninguno de estos principios son la materia, sino inmaterialidad.
[19] Ver nota 15.
[20] TEMAS 3. Investigación y Ciencia, Construcción de un ser vivo, 1996.
[21] Esto, evidentemente, no es sino la descripción biológica de lo que clásicamente se ha venido a llamar alma vegetativa o sensitiva. Ya ha salido también alguna indicación sobre la diferencia de éstas respecto al alma intelectiva.
[22] Por eso podemos afirmar que los vivientes poseen “sobrante formal” de diversa intensidad según su puesto en la escala biológica. Por ejemplo, un girasol se mueve en busca de la luz porque los rayos inciden en compuestos que cambian su estructura y mecánicamente transmiten la señal que acaba en el giro, pero el girasol no ve el sol; como tal vegetal no está capacitado para la operación “ver”. Sin embargo, un perro se mueve en busca de un hueso porque lo ve, lo reconoce, y lo desea porque siente hambre; es evidente que este proceso no puede ser producido sólo por interacciones entre moléculas y células. A la forma del vegetal o del animal se la ha llamado respectivamente “alma vegetal” y “alma animal”. En uno y otro caso la información del genoma originariamente predispone, pero no determina, la operación correspondiente, que es fruto de información que no se agota, que «sobra», en disponer sus respectivas estructuras orgánicas, sus respectivas corporalidades. A la información que en un principio sólo se percibía en el genoma –y posteriormente también en la operatividad– como secuencia de bases de nucleótidos, es a lo que se denomina alma. Y evidentemente la no determinación es mayor en los vivientes «superiores» según la escala biológica. Puede decirse que la operación “emerge” del órgano, pero no así la facultad, que siempre estuvo en la forma, en ese aspecto de ella que hemos llamado ”sobrante”. En el tipo de codificación de la materia que «sobra» ya está su capacidad operativa, una vez que su información se despliega suficientemente.

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