En cierto modo, la introducción en el Acceso al Ser de un capítulo sobre el ser como identidad en Hegel puede llegar a entenderse como un alto en el camino, un fondear de la prosecución racional. Justamente, porque Polo pretende presentar la insuficiencia del método idealista para suscitar alternativas que aderecen la precariedad de este camino. El idealismo significa la equiparación de método y tema, o bien, de ser y pensar. Por eso, para Polo, la principal pregunta que debe formularse al idealismo es: ¿Por qué sucumbir ante la perplejidad? Pues bien, sucumbir a ella retrata limpiamente al idealismo.

Hasta el momento, tan sólo se ha hecho una aproximación de lo que para Polo resulta la identidad. Sin embargo, en este capítulo la identidad va a conocer una comprensión peculiar. Las estructuras que la soportan están contenidas en el sistema de Hegel. El sistema, que está dedicado al objeto -a la presencia-, experimenta ese crecimiento que supone el decurso hegeliano hacia la identidad autoconsciente.

De este modo, el contraste de la temática del abandono del límite con la edificación de un monumento al objeto puede arrojar una luz sobre la fecundidad extramental que supone la prosecución desde la objetividad. Evidentemente, Hegel es un moderno. Como tal, hereda la preocupación por la relación ser-esencia que caracteriza con nitidez a esa tradición. Piensa en verdad, que ninguno de sus antecesores ha sabido entender la esencia como para no hacer de la existencia un agregado que le otorgue posición en el mundo.

Por eso, Hegel cree disponer de los recursos necesarios para instaurar un régimen que no establezca menoscabo para la esencia.

1. El camino hacia la identidad

Para Hegel el proceso es una totalidad. Por tanto, su mejor punto de vista es el todo. Esta visión se adquiere desde el final. El final es la contemplación, el retorno de la idea sobre sí. La descripción más entera se sentencia en la proposición “El Absoluto es resultado”, puesto que el proceso sólo es tal desde su culminación. La causa final es constituyente, y en último extremo, desencadenante.

El proceso es mediación. El camino que lleva a la identidad está incoado y finalizado en dos inmediaciones. Si la primera inmediación es el comienzo, antes de él la nada. Si la última inmediación es el resultado, en ella el Absoluto. Por consiguiente, el proceso de Hegel es el proceso de autoposición del Absoluto en clara distinción con la causa sui espinosista. La dialéctica es la índole del proceso en manos del pensamiento, que va dirigiendo todo hacia un único resultado. Para Hegel el motor de la dialéctica no es la realidad. Si la realidad como exterioridad fuera el motor, la dialéctica no pasaría de la primera inmediación. Encontraría improseguible el camino por la misma imposibilidad de negar. Es decir, Hegel es consciente de que la negación no es una posición de realidad. Lo que es objeto de contemplación no requiere de la realidad. Sin embargo, la contradicción es un proceso que somete a la realidad a su último fin.

Por tanto, puede concluirse que el proceso se reconoce en un modo de causa final intelectual, de ninguna manera reconocible por su pensador (piénsese que la noción de causa, para Aristóteles comporta realidad). Hegel no deja de padecer un cierto parentesco con el estagirita. Como cumbre del universo, éste sentó un eterno motor inmóvil. Quizá la dialéctica cumplida se podía reconocer en ese puro intelecto. Sin embargo, ocurre que el motor estagirita, al pretender ser real, respeta lo real. En Hegel, el resultado no perdona, no deja atrás, se consuma en una resolución necesaria de mediación e inmediación, que, elevada intelectualmente, consuma las diferencias entre lo infinito y lo finito en una envidiable unidad.

El ser puro que resulta ser el desencadenante del proceso es abrupto. La vaguedad de este elemento lo hace perceptible como lo totalmente otro de la inteligencia. El entendimiento encuentra la incapacidad natural de diálogo, de conexión lógica, porque se ha encontrado con un ser abismático. El abismo es de tal entidad, que la primera inmediación se queda en una oscura soledad. La dialéctica la deja atrás, la abandona, pero no la asume. No interesa al entendimiento, y por ello se niega. No obstante, señala Polo que tal elemento es racional-puro, lo racional en su puridad, esto es, sin aderezos lógicos. Es, como dice Polo, la posibilidad de la lógica (HG, 18,3).

De este modo, el sistema puede ser un panlogismo. Desde el principio, no se halla un elemento ilógico en la índole del proceso. Realidad y inteligibilidad se identifican hasta el fin, ya que, precisamente el resultado es en definitiva su culminación. El carácter culminar del fin sienta la perplejidad que sigue a la pregunta: ¿Hoy es pensable un después del Absoluto? Pensar una respuesta no forma ya parte del sistema, y como tal, no puede ser resuelta desde la lógica.

El elemento racional es ratificación de lo pensable, puesto que el entendimiento encuentra que puede operar desde él. El puro elemento racional en soledad es desde sí mismo un enigma. Sólo resulta inteligible desde la última inteligibilidad del proceso. El puro elemento debe ser analizable como indeterminación de la determinación. Lo cual es botón de muestra sobre lo que piensa Hegel respecto del proceso ascensional generalizante en Polo. Para éste, generalizar es ascender en busca de un logos  común y en contra de la realidad. De modo, que se puede entender el ascenso como un modo de proseguir que trae consigo una estimable pérdida. Dicha pérdida es ganancia en la otra línea racional. Hegel no se siente encartado por echar mano de la contradicción como instrumento prosecutivo. El motor de la contradicción es el principio de realidad fundante. No es de extrañar la inversión de planteamientos en lo tocante a la prosecución. Hegel piensa que la determinación es la índole de la prosecución. Por ello, el puro elemento racional es por necesidad indeterminado e indeterminante. Es decir, que sólo desde fuera se puede redimir de su esterilidad.

El proceso en Hegel es puramente intelectual. Ocurre que, para el idealismo puro, el ser ya no es una región de la realidad, deja de ser un ámbito. En la medida en que método y tema son convertibles, iniciamos una andadura plenamente racional. Por eso, para Hegel no cabe la crítica del argumento ontológico, como si fuera culpable de un salto ontológico inexplicado. Su filosofía quiere venir a solventar el aludido problema del paso de realidad-pensada a realidad-real. No duda en aplicar la precisividad de su atención sobre este punto hasta llegar al final. El final de este camino puede llamarse identidad total.

Porque la solución no es sino cuestión de tiempo, el tiempo para Hegel es la necesidad impostergable de culminación. Se puede obviar el atolladero de la razón que lleva a preguntar qué hay de real en tal esencia. Se puede incluso, dejar de lado la historia de la filosofía, que sólo son momentos de la razón. De manera, que Hegel se siente personalmente responsable de la historia porque sabe que observa el despliegue desde el fin. La razón se sencilla: el propio despliegue de la realidad encuentra su enclave en el pensamiento. O bien, que no hay más que idea, porque, a modo de causa final, extiende su poder más allá de lo que nos parece estar separado. Un concreto de esta confusión se verifica en el falso concepto, para Hegel, de realidad exterior o de lo que ha venido llamándose realidad extramental.

Según Hegel, la distinción señalada tan sólo se encuentra incoando el proceso. Sencillamente, la razón comienza a germinar en el hombre a modo de un despertar. “Aquí importa señalar sólo que la admisión de la existencia empírica como ingrediente real extramental hace imposible el acceso al sentido hegeliano de la esencia” (206, 2).

Por tanto, no hay conato de diálogo con Leibniz o Wolff. Es admirable la guarda de la distancia que en Hegel hay respecto de la tradición. El comienzo de su filosofía quiere ser ya la solución. Se dirige sin medianías al núcleo de la esencia, sin extensiones, sin posición empírica. Quiere a la esencia como lo que es: ser. Lo cual es sinónimo de que no le parece procedente establecer el estado de la cuestión en términos dualistas o mecanicistas, como una esencia que, imperiosamente, requiriese el sello de la realidad. No es éste un punto de partida hegeliano.

La crítica del conocimiento del hombre, antes de tratar de la correspondencia extramental, debe conocer la esencia más profundamente. Si no, tal vez se podría inquirir si hemos logrado un conocimiento tan global de la esencia como para saber si existe. O bien, que sólo a un conocimiento perfecto le podría ser dado conocer la existencia. Tan es así, que Hegel ve tras todo ello una seria ignorancia de lo que es la esencia. El núcleo de lo real, la matriz de la filosofía, no le ha sido dada a los analíticos. El filósofo, al contacto con lo nuclear, entiende la necesidad de establecer un sistema. No obstante, la filosofía de Hegel queda lejos de ser monolítica.

El sistema quiere recalar en la esencia y resolver un problema histórico. Cabe un conocimiento pleno de la esencia y es posible no subyugarla a una existencia como pura posición de exterioridad. Para ello, se hace necesario rebasar definitivamente las trabas que son para la lógica las distinciones entre verdad y certeza (212,2). Semejantes dualismos prestan demora al proceso, puesto que en el reconocimiento definitivo del intelecto sobre sí, la constitución de la esencia pura será el remedio a la insuficiencia de la filosofía anterior. Sin duda, todo ello le ha procurado su fragmentación.

Resulta sugerente que Hegel no recrimine a Platón la carencia de realidad, sino la insuficiencia de conexión (cfr. 212,3) que les hace ser internamente inmóviles a la estructura del pensamiento. Es decir, que el entero planteamiento platónico sería una progresiva detención del proceso. Nótese cómo la noción de falsedad no es en Hegel una falta de posición real, sino más bien una detención. Detener la contradicción es suponer una realidad inmóvil, esto es, acontradictoria.

El término de esta carrera sin descanso () desemboca en la totalidad sintética que depura la diferencia entre lo pensado y ella misma. La identidad no se encuentra establecida en los términos de un A=B, y ni siquiera de un A=A. Busca el sí misma de su misma diferencia. La identidad no está repartida en los términos, ni tampoco en su agregación. La identidad es superior a todo ello, es un escalón más: aufhebung.

El proceso es completamente inteligible. Tan inteligible, que pone de manifiesto las debilidades del racionalismo anterior. Entender la esencia separada, o en pura intelectualidad en irreferencia real, empobrece notablemente la constitución de la razón. La clave está en el todo, en pensar la realidad como un sistema. La pregunta que deja absortos a los racionalistas predecesores a Hegel es un sencillo problema metódico. Es decir, que la esencia tiene que ver con el ser en el seno de la totalidad.

No obstante, “el proceso dialéctico no tiene nada que ver con la idea de cambio”, y paralelamente, “momento en Hegel no significa instante” (218,2). La dialéctica no conoce el cambio aristotélico porque es un proceso del entendimiento. No hay concretos -no debiera haberlos-, porque no hay en su serie detención. Tan es así, que Hegel piensa su ser como generador de lo que queda detrás del tiempo como pura exterioridad. En definitiva, se puede deducir que en la teoría del conocimiento de Polo, no estamos en el nivel de los abstractos. Empirismo y perplejidad son sinónimos en el sistema.

El despliegue de la dialéctica deja atrás la filosofía anterior. Hegel ha comprendido la necesidad de no hacer de la existencia un accidente de la esencia. Necesita un espacio central en su sistema la evolución de la esencia. El despliegue mismo de la esencia genera realidad, y por tanto, su propio valor metafísico. La dialéctica es la existencia para la esencia. O sea, que el desencadenamiento del proceso no es separable de ésta. Por eso la denomina resultado.

La forma de cavilar un resultado intelectual es pensar una interiorización. El proceso no deviene extra partes, sino que lo es al modo de una indagación en la misma dinámica de la inteligencia. A fin de cuentas, para el realismo, la dialéctica de Hegel es una teoría del conocimiento extrapolada, pues la negación y la contradicción han sido tradicionalmente tratadas como propiedades in intellectu. Por ello, nada es de extrañar que los elementos integrantes de esta teoría sean operaciones racionales. El análisis del proceso de Hegel habla una y otra vez de la razón. Sus resultados se entienden mejor desde la gnoseología.

Más concretamente, si Hegel entiende que una esencia concreta, detenida “escapa tangencialmente del proceso” (223,4), en ello debe leerse lo que entiende por falsedad. Por tanto, el conocimiento para él presupone dos cosas:
1) Su estructura escalonada. Cada operación, cada momento, es superior al anterior e inferior al posterior (el término no es el último momento). Como se ve, es un claro partidario del wittgensteniano «tirar la escalera», porque el proceso no puede dejar nada atrás. Todo debe ser asumido. Es decir, que el futuro borra todo sentido del pasado que no mire a la culminación.

2) Que sólo es cumplidamente cierto el resultado. Los momentos, las detenciones, no tienen un valor propio. No tienen otra solución que ser considerados provisorios. El análisis de los momentos remite perentoriamente a su prosecución; cada tangente, a su curva. Su falsedad es directamente proporcional al inacabamiento de su verdad. Tanto más cierto es el conocimiento cuanto más se aproxima a la identidad, donde, al no existir las dualidades, todo es necesariamente verdadero. El proceso, plenamente autorreferencial, encuentra que no hay en él extrañamientos, disonancias, y por ello también, flecos hacia una eventual prosecución.

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