Leonardo Polo

En: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Pamplona: Eunsa, 1993, p. 187

El precedente de la Universidad son las escuelas de pensamiento de la Grecia clásica. Las más importantes (además de los círculos pitagóricos) son la Academia de Platón y el Liceo de Aristoteles, fundadas en el siglo IV a.C., y prolongadas varios siglos a través de avatares diversos. En estas primeras instituciones investigadoras la búsqueda de la verdad es una actividad valiosa por sí misma, de manera que dedicarse a ella justifica la vida y convoca el esfuerzo mantenido de grupos selectos. La verdad es la solidez de lo real que concede consistencia al existir humano.

En la Edad Media cristiana, la orientación global de la existencia presidida por la Revolución trata de encontrar una formulación intelectual (fides quaerens intellectum) lo más precisa posible. La teología especulativa es la cima alcanzada por la inteligencia al ser urgida por el más alto estímulo. De este empeño procede la experiencia de la agudeza y el rigor de nuestra capacidad de conocer.

A partir de estos logros surge la ciencia moderna. La interpretación moderna del conocimiento añade una nueva característica; el cultivo del saber ha de ponerse en relación con la organización de la vida social y, consiguientemente, con la marcha de la historia. En tanto que es impulsada por esta convicción, la Edad Moderna apunta con creciente intensidad a la conjunción del saber con la configuración del futuro. El saber se enfoca como uno los ingredientes del tiempo histórico; es su ingrediente regulativo que permite abordar el porvenir antes de que suceda, prevenirlo e incluso cambiarlo (hoy se suele decir que «el futuro ya no es lo que era»). La previsión del acontecer oscila entre una actitud determinista (como el racionalismo mecanicista, que sostiene la idea de la reversibilidad teórica del tiempo) y la subordinación a la pura realidad del cambio (la dinámica social se hace permeable a la ideología revolucionaria). Pero dejando a un lado estas interpretaciones apresuradas e inconscientes, el enorme desarrollo de la ciencia en los últimos siglos arroja un balance indiscutible: ha aumentado la conciencia del protagonismo del hombre, es decir, se ha ratificado que el hombre es un ser personal y libre.

Con todo, hay que prestar atención a las vacilaciones sobre el alcance y la justificación del actuar humano propias de la versión pesimista de la post-modernidad. Aunque se base en argumentos críticos desmontables o no definitivos, el post-modernismo es el reflejo de una cierta perplejidad ante la idea de progreso.

Según la idea de progreso, no basta con el cultivo del saber por sí mismo, sino que interesa también una aplicación práctica de tal indole que haga accesible cualquier proceso al cálculo que destaca lo provechoso y capacita para evitar lo nocivo. Sin embargo, la idea de progreso deja sin respuestas las preguntas decisivas: ¿Cual es el sentido ultimo del progreso?, ¿a donde nos lleva?, ¿Cuanto cuesta?.

Desde el comienzo de la Edad Moderna, y consolidada en la Ilustración, la confluencia del saber superior con la dinámica social se busca en aquella parte de aquel saber susceptible de plasmarse en las actividades técnicas. Asi se constituye un grupo social diferenciado, que es la burguesía, el cual impulsa la racionalización de la vida y trata de beneficiarse de ella. En su primera fase, la burguesía se destaca dentro del orden estamental; después lo destruye ( es la fase revolucionaria burguesa) y, por ultimo, instaura la sociedad industrial. En esta línea se encauza el desarrollo de las ciencias de la naturaleza y la gestión de los recursos descubiertos. Al proceder, se formalizan las ciencias económicas que son el aspecto más crudo de la Ilustración. El despegue económico de los países occidentales es la consecuencia de esta primera simbiosis del saber y la dinámica social.

Sin embargo, esta simbiosis es parcial y, reducida a sí misma, es insuficiente para el ser humano. Es misión de la Universidad hacer presente que no todo el saber que en ella se cultiva es ciencia y tecnología. Hay otro gran conjunto de temas que se denomina de distintas maneras (a veces se llaman humanidades; otras, ciencias del espíritu, expresión de origen alemán y posterior). Es patente que las ciencias de la naturaleza no son suficientes; es menester ocuparse también del espiritu, es decir, de Dios, de aquello que en la criatura humana no es mera naturaleza material; mejor dicho, es preciso resaltar que el hombre es imagen de Dios, y que el progreso no debe oscurecerlo (éste sería un coste insoportable), sino que todo su sentido reside en hace mas patente esa imagen. Por eso, la simbiosis es aludida es parcial; comporta una visión reduccionista del hombre. Ahora bien, un ser humano reducido a sí mismo es, simple y llanamente, un individuo vuelto de espaldas a su especie, que orbita en torno al egoísmo.

Como es un contrasentido que el progreso conduzca al egoismo, la conexión del saber con la dinámica social ha de enfocarse con una visión más amplia, atenta a todos los factores humanos puestos en juego. Un ser humano reducido a sí mismo, paralizado respecto de su especie, es un residuo. El hombre residual, desuniversalizado, encapsulado, padece un déficit de comunicabilidad y, por consiguiente, sólo capaz de relaciones funcionales, sin densidad. Al cortar su radio de interés, se inhabilita para la vida colectiva, es decir, para las tareas comunes.

La comunicabilidad es la esencia del saber, y justamente por ello existe la institución universitaria, cuyos nexos internos son intrínsecamente dialógicos, hasta el punto de que la incomunicación marca su colapso. Saber, sociedad, universidad, apertura de tiempo histórico: todo ello es congruente y solidario, se despliega en un esfuerzo recíproco, en un crecimiento aunado, y se estropea del mismo modo. Por eso también la Universidad tiene sus raíces en la entraña de la sociedad que se llama pueblo. El pueblo no es una entidad meramente folklórica (pleonasmo superficial), sino el sistema de convicciones profundas que anida en los miembros de la sociedad, los une y busca continuar su vigencia en la expresión cultural, en la construcción de un mundo humano. A la Universidad le compete hacerse cargo de ese impulso profundo y clarificarlo con la organización de las ciencias. De esta manera la Universidad proporcionará una prolongación rigurosa de las aspiraciones sociales, es decir, una instancia en que se reconocen, se disciplinan y se ponen a prueba, pues el saber es el elemento de contraste y cauce del vivir del hombre. Por eso, una Universidad segmentada, sin unidad, es, no menos que una Universidad clasista, desconcertante e inútil para un pueblo. En lugar de expansionar su cultura, la angosta, ignora la universalidad y el dialogo, lo recluye a afinidades someras, en conventículos cerrados.

Por eso mismo, no es bastante yuxtaponer la investigación de los distintos ámbitos de la realidad; la cesura entre los saberes directamente aprovechables para el ejercicio de los roles sociales y aquellos otros que, con ciertas vacilaciones, se constituyen en el bastión de valores que se consideran necesarios para la formación de los seres humanos (lo que los románticos llamaban la bildung) afecta, por lo pronto, a la eficacia de esos últimos. Entendida como apósito de un utilitarismo asilvestrado en el que no penetra, la formación moral se desvirtúa, se convierte de hecho en una cataplasma, en un tranquilizante extrínseco y, por tanto, hipócrita, porque no anima desde dentro la actividad del hombre, y porque así se subvierte la jerarquía de los factores que integran la acción humana. Por ello mismo, ésta queda empobrecida y, separada de su asiento personal, recaba para sí una autonomía tan petulante como ficticia. Este peculiar idealismo de lo meramente fáctico acostumbra al hombre a conformarse con lo inevitable, es decir, con el automatismo de los procesos que él mismo ha puesto en marcha y que, sin embargo, se le han escapado de las manos. La obturación del futuro es la consecuencia obvia de este planteamiento.

Así, si se pierde la unidad de las ciencias, se compromete el protagonismo del hombre. Pero sin la unidad de las ciencias tampoco existe la Universidad, sino un sucedáneo suyo que cabe denominar la pluriversidad, institución extinguida por el aislamiento de las especializaciones.

El estrechamiento mental del profesorado que ello comporta debilita drásticamente la comunicación interdisciplinar y, paralelamente, la organización de la institución universitaria. La pluriversidad abre paso a una alternativa desastrosa: de un lado, la dedicación del profesorado a sus tareas propias pierde su vigor, porque sus aspiraciones se trasladan fuera. La cátedra se transforma en un trampolín para saltar a ocupaciones más lucrativas y se buscan caminos más cómodos para el logro del prestigio social.

Con ello se trunca la transmisión del saber, de la que depende su incremento, no hay escuelas ni equipos de investigadores que aseguren la continuidad de la Universidad con la integración del alumnado, para el que la pluriversidad es un lugar formalmente transitorio e inhóspito, por lo que la docencia pierde también buena parte de su dimensión comunicativa. Se echa en falta la imprescindible comunidad de intereses.

El otro término de la alternativa es la limitación de la pluriversidad a cuestiones relacionadas con la instalación y la administración. La pluriversidad es controlada por una burocracia. Los profesores se tiñen de esta forma de entender la organización. No puede menos de ser así cuando su tarea se desdibuja y sus objetivos académicos se acortan.

Hoy no es necesario demostrar que, guiada exclusivamente por la tecnología, la dinámica social se encuentra con problemas insolubles. Salta a la vista que la sectorialización del conocimiento da lugar a iniciativas inconexas, no aptas para organizar un mundo humano tan complejo como el actual. Cuando todo tiene que ver con todo, la interdependencia es la tónica generalizada de la situación; si entonces nos empeñamos en los tratamientos con anteojeras, el resultado es la ingobernabilidad, y el proyecto de dirigir la historia se desvanece. Al no entender el conjunto, los remedios parciales se transforman en injerencias perturbadoras. Y como tampoco acertamos a entender la causa de dicha transformación, cunde la desesperanza y nos refugiamos en el éxito a corto plazo, es decir, en desmoralizado carpe diem del hedonismo.

Tampoco hace falta demostrar la esterilidad de la planificación burocrática: la catástrofe organizativa de los países del Este es un fenómeno palmario. La congelación totalitaria de las libertades ha entumecido la capacidad de suscitar instituciones sociales en aquellos pueblos.

 

Después de pasar revista, con la brevedad obligada, a la misión de la Universidad y a las quiebras que amenazan su acabado perfil, dirigiremos la mirada a la Universidad de Navarra, destacando los firmes trazos con los que la concebía su Fundador, Mons. JoseMaría Escriva de Balaguer. Su beatificación todavía cercana en el tiempo ha mostrado ya de manera definitiva la fecundidad de una vida dedicada por entero al servicio de la Iglesia y de la humanidad.

Lo primero que aquí conviene destacar es su acendrado espíritu universitario. Fue promotor infatigable de la formación integral de la persona. En esa actividad volcó las riquezas de su amplia inteligencia y de su generosa comprensión de los rasgos de la época. No escatimó esfuerzos para sacar adelanto empresas idóneas, adecuadas a la naturaleza de las cosas, porque su generosidad arrancaba de una lealtad sin fisuras a Dios y a sus hermanos los hombres. Nunca le hizo vacilar la manía de enturbiar las intenciones rectas. Esta manía es propia de algunos pesimistas que, en vez de mirar la realidad a la cara, la desfiguran por empequeñecerla, y sustituyen el diálogo por la chismorrería: son aquellos que a fuerza de no ver, mienten.

La generosidad de su comprensión le llevaba a atender a lo positivo y a la esperanza de incrementarlo. Lo más ajeno al temple humano y cristiano del Fundador era la mezquindad o, como él decía, la cuquería.

 

En un texto de Surco están concentradas las características y la temática propias, sin duda, de un investigador:

 

* amplitud de horizontes, y una profundización energética, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;

 

* afán recto y sano – nunca frivolidad – de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia…

 

* una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos,

 

* y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida.

 

En estas densas líneas aparecen las aportaciones esenciales de las investigación a lo largo de la historia, es decir, los frutos del dilatado esfuerzo de la inteligencia humana por salir de las oscuridades de la ignorancia y el error, por seguir andando el largo camino del progreso espiritual, científico, cultural y civil, puntualizaba.

Asimismo, la confluencia de la Universidad con la dinámica social es una constante en la enseñanza del Fundador: El horizonte de la Universitas scientiarum se dilata siempre más y más para responder a las nuevas necesidades y exigencias de la realidad social. Y de ello es consciente la Universidad de Navarra, que siempre se ha esforzado en dar respuesta positiva a los imperativos de nuestro tiempo, porque la más alta misión de la Universidad es el servicio a los hombres, el ser fermento de la sociedad en que vive; por eso se debe investigar en todos los campos, desde la Teología, ciencia de la fe, hasta las demás ciencias del espíritu y de la naturaleza.

Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer nos invitaba también a mirar con ánimo al porvenir. Ayudar a forjarlo es tarea de muchos, pero muy especialmente de los profesores universitarios, llamados a la formación enteriza de las personalidades jóvenes. Contemplaba, sin anclarse en el pasado, la marcha de la historia, pues tenía clara conciencia de que Jesucristo no ha enfeudado su Iglesia a ningún mundo, a ninguna civilización, a ninguna cultura; sino que, como en la parábola evangélica, la levadura ha de operar sin descanso formando una masa en constante renovación.

Su profunda convicción del sentido de servicio de las tareas de gobierno, que han de asegurar también la continuidad de las organizaciones, se encuentra en un texto de Surco donde se muestra con diáfana claridad lo que un gobernante no debe de ninguna manera hacer: Si la autoridad se convierte en autoritarismo dictatorial y esta situación se prolonga en el tiempo, se pierde la continuidad histórica, mueren o en envejecen los hombres de gobierno, llegan a la edad madura personas sin experiencia para dirigir, y la juventud – inexperta y excitada – quiere tomar las riendas: ¡cuántos males! y cuántas ofensas a Dios – propias y ajenas – recaen sobre quien usa tan mal de la autoridad!

La tiranía suele ser consecuencia del talante negativo y desconfiado del que manda, que le inclina a fijarse en lo que no marcha, en los errores, y obtura la fluidez dialógica del gobierno colegial, la necesaria delegación, y la incorporación de nuevas personas que se integran en el trabajo común.

Hay en la enseñanza del Fundador principios válidos para instituciones de cualquier tipo y, concretamente, para la Universidad, cuya vida en expansión es el mejor antídoto contra la rutina. Ningún centro universitario debe replegarse sobre la repetición de lo alcanzado, pues la ciencia es inacabable. Además, cada centro universitario ha de trabajar codo con codo con los demás, tanto nacionales como en el plano internacional, aspirando los más maduros a colaborar con las Universidades de los países en vías de desarrollo.

Menú